jueves, 18 de febrero de 2016

ARQUEOLOGÍA DEL FASCISMO

Por Jesús Sebastián Lorente 

Para comenzar, diré que el estudio del fascismo, tanto desde un punto de vista histórico como ideológico, pertenece al ámbito de la arqueología de las ideas. El fascismo fue derrotado en el campo de batalla de las armas, no –desde luego– en el de las ideas. Pero sus restos grupusculares, cualesquiera que sean los nombres que adopten con el término nacional convertido en prefijo, o con las numerosas y genéricas “posdenominaciones” revolucionarias, identitarias, populistas, europeístas, comunitaristas, etc., no tienen ni la legitimidad ni la capacidad –y mucho menos, la osadía (o la valentía, según se mire)– para autocalificarse de “fascistas”. Se podía ser “fascista” en las décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado, o incluso, “neofascista” en las décadas de los 50 y los 60, pero ¿qué queda realmente del fascismo en la actualidad? El fascismo, como ideología –me refiero al fascismo auténtico–, ha muerto… (¿El fascismo ha muerto? ¡Viva la muerte!) y sólo puede ser reanimado como un zombie. O ser reinventado bajo otros nombres y otras sensibilidades. Y su estudio, por supuesto, debe quedar reservado a la “historia de las ideas políticas”. Todo aquel que no admita esta evidencia que no siga leyendo este opúsculo.
El término “fascismo”, más que una expresión limitada al ámbito de la historia política, parece tratarse de una palabra mucho más apta para la “diatriba política”, cargada de connotaciones negativas y de una fuerza expresiva claramente descalificadora que no acepta un análisis sereno y objetivo. Para una inmensa mayoría, el “fascismo” no es digno de estudio. Se trata de un arma dialéctica para descalificar, deslegitimar e incapacitar –política y moralmente– al adversario ideológico, sea éste fascista (lo cual es improbable) o cualquier otra cosa. No estamos, pues, ante un fenómeno histórico digno de estudio, sino de un accidente monstruoso y pecaminoso, espejo de la contrahumanidad y ejemplo de la sobrehumanidad más despreciable.
Sin embargo, nadie con un mínimo de información, sentido común o histórico, asumiría que el comunismo es un fenómeno sin ideología, un episodio incidental e irrelevante, cuya mención anula automáticamente la “condición humana” de quien así se califica o a quien así se descalifica. Sabemos perfectamente que esto no sucede. Entonces, ¿por qué no proceder de manera análoga cuando tratamos del fascismo? Porque reconocerle al fascismo una dimensión teórica supondría admitir la existencia de un fenómeno que movilizó a millones de hombres y mujeres de la época para combatir a las ideologías dominantes y presentarse, frente a ellas, como la auténtica alternativa. Esto mismo se concede al comunismo, a pesar de que sabemos que las consecuencias de su violencia brutal fueron mucho más nefastas que las del fascismo, si excluimos de éste al nacionalsocialismo, que según parece, bajo la forma del hitlerismo, fue un fenómeno al margen (en los mismos límites de una humanidad aprehensible), sólo comparable con el estalinismo. Y con razón, conceder todo esto al fascismo implica asumir la certeza de ser acusado sin ninguna posibilidad de defensa ni turno de réplica.
Alain de Benoist escribe que «el siglo XX ha sido sin duda el siglo de los fascismos y de los comunismos. El fascismo nació de la guerra y murió en la guerra. El comunismo nació de una explosión política y social y murió de una implosión política y social. No pudo haber fascismo sino en un estadio dado del proceso de modernización y de industrialización, estadio que pertenece hoy al pasado, al menos en los países de Europa occidental. El tiempo del fascismo y del comunismo está acabado. En Europa occidental todo “fascismo” no puede ser hoy sino una parodia. Y lo mismo ocurre con el “antifascismo” residual, que responde a este fantasma con palabras todavía más anacrónicas. Es porque el tiempo de los fascismos ha pasado, que hoy es posible hablar de él sin indignación moral ni complacencia nostálgica».
Desde luego, la cuestión del fascismo (y sus numerosos problemas de análisis) ha sido abordada, como fenómeno singularizado y autónomo, por una serie de pensadores, historiadores y filósofos, todos de gran talla intelectual, pero excesivamente condicionados por sus particulares orientaciones, tanto ideológicas como metodológicas: Ernst Nolte, Renzo de Felice, George L. Mosse, Emilio Gentile, James A. Gregor, Stanley Payne, Roger Griffin, Zeev Sternhell. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en el Dictionaire historique des fascismes et du nazisme. Ante la imposibilidad de contar con una definición “universalmente admitida de fascismo”, circunstancia que Serge Bernstein y Pierre Milza juzgan de “una evidencia ante la cual hay que rendirse”, se concluye que toda obra de referencia dedicada al fascismo debería evitar el establecimiento de “verdades dogmáticas” sobre una cuestión objeto de hondas polémicas intelectuales. Entonces, el problema es que, en lugar de esas “verdades dogmáticas”, muchos de estos intelectuales se resignan a la exposición de puntos de vista inevitablemente personales o, en el mejor de los casos, “opciones de análisis” que, comportando una inevitable dosis de subjetividad, coinciden básicamente con las opiniones mayoritarias del “sistema”.
Entonces, ¿cómo ofrecer una explicación al surgimiento del fascismo sin caer en trivialidades ni experimentos coyunturales? Erwin Robertson lo explica. Se debe comprender al fascismo, primero, como un fenómeno político y cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad. Pero expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización materialista. El fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contiene, en su origen, un carácter moderno muy pronunciado, como lo demuestra su estética futurista, reclamo de la juventud frente a la burguesía. El elitismo, en el sentido de una aristocracia no definida por su categoría social o económica, sino por un estado del espíritu, es otro componente atractivo. El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que otorga a la mayoría del pueblo el sentimiento de nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden psicológico. Y, sobre todo, “servir a la colectividad formando un solo cuerpo orgánico”, identificando los propios intereses con los de la patria, comulgando, en un mismo culto, los valores heroicos y revolucionarios frente a los contravalores de la burguesía demoliberal. Es por todo esto que el estilo político y cultural desempeña un papel tan esencial en el fascismo.
Resulta curioso, entonces, que un pensador con orígenes conocidos (y reconocidos) en el ámbito de la derecha radical francesa, como Alain de Benoist, defina el “fascismo” de una forma demasiado simple, como si quisiera evitar la cuestión, pasando página inmediatamente: «Se han propuesto innumerables definiciones del fascismo. La más simple es todavía la mejor: el fascismo es una forma política revolucionaria, caracterizada por la fusión de tres elementos principales: un nacionalismo de tipo jacobino, un socialismo no democrático y el llamado autoritario a la movilización de las masas. En tanto que ideología, el fascismo nace de una reorientación del socialismo en un sentido hostil al materialismo y al internacionalismo».
Sin embargo, a setenta años de la “derrota del fascismo”, algo parece estar cambiando. En primer lugar, el fascismo, en la interpretación de Zeev Sternhell, no es ninguna anomalía histórica, ni una infección vírica, ni resultado de la crisis subsiguiente a la guerra de 1914-1918, ni siquiera fruto del patriotismo de los excombatientes, ni una reacción contra el marxismo, ni una palingenesia de regeneración antiilustrada, ni una perversa locura irracional, ni una invasión alienígena. El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual; es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. El fascismo era un proyecto ideológico inconformista, vanguardista y revolucionario, una fuerza rupturista capaz de arremeter contra el orden establecido y de competir eficazmente con el marxismo y el liberalismo, tanto en el orden intelectual como en el popular.
Por cierto, que Sternhell ya advierte de la necesidad de distinguir el fascismo del nacionalsocialismo. Con todos los aspectos que pudieran tener en común, la clave está en el determinismo biológico de este último: un marxista o un liberal podían convertirse al nazismo, siempre que fueran calificados como “arios”, pero no así un judío, un eslavo o un mediterráneo. El fascismo, como tal, nació en Francia, extendiéndose principalmente a otros países europeos, como Italia, España, Bélgica, Austria, Rumania, Grecia, Yugoslavia, y también, por supuesto, a Alemania, en la que, sin embargo, no dará lugar al nacimiento del nacionalsocialismo, que ya llevaba mucho tiempo gestándose, pero de forma paralela y tangencial al fascismo: el nacionalsocialismo se apropió de la simbología del fascismo para imponer una visión biopolítica y geopolítica propiamente “germánica”, que nada tenía que ver con la dimensión nacional-europea y social-popular del fascismo. No negaremos que en su origen, el nazismo tenía ciertamente algo de fascismo, pero ese “algo” desapareció con el liderazgo hitleriano: a partir de la encarnación –y de la asunción– de la führung en Adolf Hitler, el nacionalsocialismo experimenta un intenso proceso de “desfascistización”, incorporando elementos, cada vez más determinantes, racistas, nordicistas, esoteristas, biologistas, pangermanistas, que provocaron la ruptura ideológica con el fascismo europeo, si es que alguna vez habían yacido juntos. Se trata de un tema de discusión eterna: si el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán son cosas totalmente diferentes –ésta es la tesis de De Felice–, o bien si el nacionalsocialismo es una especie dentro del fascismo genérico –tesis de Payne y Nolte–, o bien una posición intermedia que hace del nacionalsocialismo un “derivado alemán” del fascismo, pero que los separa con el corte del racismo y del antisemitismo –opinión de Sternhell.
Entonces, ¿en qué se diferenciaban el fascismo y el nacionalsocialismo? Dejando aparte toda la simbología mística y paramilitar (algo que, por otra parte, también era compartido por el comunismo soviético), la diferencia principal y esencial era la “cuestión racial”. El eje del fascismo –su mito fundacional– es la “nación” (en el sentido de comunidad del pueblo, sin distinción de clases ni de razas), mientras que el del nazismo es la “raza” (el determinismo biológico del patrón ario) y el del comunismo la “clase” (la alienada y explotada clase obrera). Hubo muchos judíos italianos, obreros o burgueses, que comulgaron con el fascismo, mientras sus correligionarios germanos o eslavos iban camino del campo de concentración. Y en fin, también podríamos decir, para cerrar el círculo del mal, que el eje fundamental del liberalismo es el “individuo” (pero no como “persona”, sino como mercancía intercambiable y traducible a dinero). En definitiva, que el fascismo no fue sino un fenómeno europeo que implicaba la síntesis entre el nacionalismo más extremo y el socialismo más popular (no-marxista, sino precisamente fruto de la revisión del marxismo). Sorel no es Heidegger, ni Maurras es Spengler, ni Valois es Rosenberg, ni Mussolini es Hitler. ¿Sirve todo esto para separar el fascismo del nacionalsocialismo y hacer de éste algo singular pero accidental, sin parangón en la historia de las ideas? Por supuesto.
Y para ir entrando en la cuestión, diremos que, desde luego, como en todos los países europeos, existió un “fascismo alemán”, con sus peculiaridades germánicas, desde luego, pero fácilmente reconocible. Su nombre, poco acertado pero aceptado de forma unánime: la Revolución Conservadora alemana. Y es que, tanto el movimiento de esa “revolución conservadora alemana”, como los no-conformistas, o los partidarios de las escuelas (o círculos) proudhoniana y soreliana (a Sorel se lo rifan tanto los marxistas como los fascistas, y también los neoderechistas, que niegan ambas filiaciones), fueron movimientos alternativos (y contrarios) a las dos ideologías dominantes entonces, el liberalismo y el comunismo. Por esa razón, y por otras que veremos a continuación, estos movimientos fueron “prefascistas” o decididamente “fascistas”. Todo lo contrario que el nacionalsocialismo, que no puede ser calificado de “fascista”, salvo por un neoliberalismo y un neomarxismo que han hecho del “antifascismo” una de sus señas de identidad, y que igual pueden calificar de “fascista” al nazismo, que al estalinismo, al franquismo, al peronismo o al bolivarianismo. Para la izquierda radical, incluso, el capitalismo y el conservadurismo son los “rostros amables” del fascismo, y éste no sería sino un fenómeno provocado por el “gran capital” para enfrentarse al marxismo. Se trata de la culminación de la reductio ad hitlerum de Leo Strauss o de la ley de analogía nazi de Mike Godwin: todo el que no está a favor de la ideología dominante (el liberal-capitalismo) o acomodado en ella (el postmarxismo) es (des)calificado como “fascista”.
Sigamos. El pluriverso de la Revolución Conservadora en Alemania fue, efectivamente, la “principal” fuerza ideológica de oposición a la República de Weimar, pero también fue la “única” oposición interna a la Alemania de Hitler. Quizás revolucionario-conservadores y nacionalsocialistas (vulgo “hitleristas”) tuvieran en común su antidemocratismo, su irracionalismo, su vitalismo, su espiritualismo, todas ellas, y más aún, manifestaciones de una reacción contra la modernidad. Pero la mayoría de los revolucionario-conservadores, fueran jóvenes-conservadores, anarco-conservadores, nacional-populistas (nunca he encontrado la traducción de völkisch), nacional-bolcheviques, etc., acabaron ejecutados, torturados, sobornados, silenciados o en el llamado “exilio interior”. Por eso Louis Dupeux se refiere a ellos como “prefascismo intelectual”. Todos no, exclamarán algunos, porque Heidegger y Schmitt colaboraron en la justificación filosófica y jurídica del III Reich, pero, lamentando contradecir a Armin Mohler, ni Heidegger ni Schmitt (un reconocido antinietzscheano y ultracatólico) son clasificables dentro de la Revolución Conservadora, por razones tan obvias (empezando por su “autoexclusión”) que no vamos a discutir. Y para retomar la “clave racial” tendremos que concluir que, si bien los revolucionario-conservadores eran mayoritariamente pangermanistas, muy poco europeístas y nada universalistas, las manifestaciones expresas relativas al racismo ario o al antijudaísmo fueron escasas e irrelevantes, y casi siempre –en su práctica inexistencia– motivadas por el “clima de la época”. No hay mayor prueba de estas afirmaciones que comprobar cómo los que, en la actualidad, se autocalifican de nacionalsocialistas, desprecian y rechazan a todos los “autores fascistas” de la Revolución Conservadora alemana.
Y es aquí donde encontramos la gran contradicción. Mientras que para los liberales y ciertos autores marxistas, por ejemplo, los revolucionario-conservadores no fueron sino unos “fascistas elitistas”, y los sorelianos, (marxistas revisionistas y sindicalistas revolucionarios) y los no-conformistas (extensible también a personalistas y distributistas) unos traidores “prefascistas”, los herederos de la derecha radical europea, que precisamente los tienen como precursores de su arsenal ideológico, niegan constantemente su carácter “fascista”, como si ello les dotase de cierto aire de legitimidad; en suma, entran en el juego del “antifascismo” buscando una “desdiabolización” que acredite su respetabilidad política e ideológica. Claro, un “antifascismo” sin “fascistas” parece complicado. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Hay que reconocer, no obstante, que esta tesis es muy controvertida y tremendamente polémica. Pero para ello está concebida: como un debate dialógico y polemológico. Pongamos un ejemplo. La Nueva Derecha –inmersa en una estrategia divagante que proclama el fin de la dicotomía izquierda/derecha pero que se sitúa en un espacio ubicado tanto en la derecha como en la izquierda– reconoce entre sus fuentes ideológicas, casi como precursores, a los sorelianos franceses e italianos (luego sindicalistas-revolucionarios), a los no-conformistas franceses y a los revolucionarios-conservadores alemanes. ¿Estamos, tal vez, ante una huida del eslogan “ni de derecha ni de izquierda”, tan idiosincrático de los movimientos fascistas y que hoy han hecho suyo formaciones, tanto de la derecha como de la izquierda radicales, en la línea del lepenismo, del podemismo y sus imitaciones? Reconocer que los primeros constituyeron un “prefascismo” y que los últimos formaban parte de un singular “fascismo alemán”, convertiría ipso facto, a los neoderechistas europeos, en una especie de sucursal de un renovado “neofascismo”.
De hecho, esta Nueva Derecha busca incesantemente una síntesis entre contrarios que la convierten en un oxímoron inclasificable, incluso misterioso. Su líder intelectual, Alain de Benoist, partiendo de la convergencia de unos valores de derecha y unas ideas de izquierda, va dando, cada cierto tiempo, bruscos giros ideológicos que suponen, ciertamente, una profundización en las segundas en detrimento de los primeros. Sucedía lo mismo con las grandes y derrotadas ideologías del siglo pasado: los contornos entre los límites del fascismo y del bolchevismo son difusos, a veces incluso, demasiado difusos. Por eso, y aquí tengo que discrepar de Alain de Benoist, niegan el carácter prefascista, parafascista o decididamente fascista de estos movimientos ideológicos. Negando lo evidente, se pretende exculpar a la Nueva Derecha de cualquier continuidad o contigüidad con el fascismo, liberándola así de un lastre intelectual y proporcionando un certificado de buena conducta académica frente a sus detractores. Con ello, no estamos insinuando que la Nueva Derecha sea heredera directa del fascismo, sólo que, en sus orígenes, ciertos elementos y autores fascistas tuvieron gran importancia en la formación de su cosmovisión ideológica, circunstancia que, no obstante, comparten con otras varias influencias de corrientes socialistas, situacionistas, antiutilitaristas, populistas, comunitaristas, etc., y que no pueden elevarse, en ningún caso, a la categoría de esenciales o fundadoras de su pensamiento. Y esto lo dice –y lo reconoce– alguien que cree pertenecer a esa formidable e irrepetible escuela de pensamiento conocida como Nueva Derecha: no podemos renunciar constantemente a ciertos orígenes ideológicos, sólo con la finalidad de evitar el riesgo de una acusación ignominiosa y a cambio de un reconocimiento público que nunca hemos necesitado. No buscamos el éxito, sólo la verdad.

Extraído de: Tribuna de Europa

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martes, 15 de diciembre de 2015

MANIFIESTO FUNDACIONAL DE LA A.C. AMIGOS DE NOVORRUSIA


Reunidos en la ciudad de Barcelona, un grupo de personas concienciadas con el grave conflicto que desgarra en estos momentos el este de Ucrania, quiere actuar y manifiesta que:

1) Consideramos que este conflicto no es en modo alguno un tema local, sino que afecta a toda Europa. Como ciudadanos europeos estamos preocupados por el futuro de los hombres, mujeres y niños de la zona del este de Ucrania conocida como Donbass. Nuestro primer pensamiento es humanitario: necesitan ayuda y solidaridad del resto de pueblos europeos. Porque su sufrimiento es consecuencia de la criminal política imperialista estadounidense, unida a estúpidos resentimientos históricos.

2) El origen de esta situación hemos de verlo en la agresividad norteamericana desplegada por todo el planeta. Creen ellos que son el modelo ideal de valores y sociedad y no dudarán en implantarlo a sangre y fuego en todos los países. Las excusas y justificaciones, queriendo hacernos creer que los agredidos son los agresores insulta a la inteligencia de cualquiera.

3) El pueblo de Donbass, de etnia y cultura rusas dentro del Estado ucraniano, no ha tomado las armas y ha declarado su independencia por odio, por injerencias de Rusia o por extremismo nacionalista: ha sido para sobrevivir frente a los planteamientos del gobierno golpista de Kiev, apoyado por la Unión Europea y los USA. Ellos desean un Estado ucraniano federal, respetuoso con los pueblos que allí habitan. Kiev desea un Estado centralizado y con una sola cultura y lenguas que abogaría por el exterminio de sus realidades y diversidades nacionales.

4) Nos oponemos resueltamente a esta guerra, cuyo objetivo principal es eternizar las divisiones en Europa, tal como sucedió en los Balcanes, y aislar a Rusia de Europa. Porque el pueblo ruso es un pueblo europeo, a quienes no podemos ver como enemigos, sino como nuestros hermanos. Los USA en cambio nos someten con sus bases militares y sus políticas imperialistas.

5) Hacemos un llamamiento a todos aquellos que deseen colaborar en esta tarea: Deseamos la paz, pero no una paz cualquiera. El pueblo de Donbass debe poder vivir según su cultura, y poder desarrollar estructuras autónomas de gobierno de acuerdo a sus necesidades. Necesitan nuestro apoyo moral y material.

6) Por último, llamamos a un diálogo abierto con todas aquellas fuerzas, grupos y personas que desean contestar al imperialismo estadounidense, y a cualquier otro. Las viejas divisiones y visiones del pasado siglo XX ya no sirven en nuestro siglo XXI. Es necesario abrir un campo fuerte que pueda sintetizar alternativas contra la apisonadora neoliberal, contra el mundo unipolar soñado desde las esferas globalistas. La humanidad es diversa y plural, y su defensa es hoy más necesaria que nunca.

Barcelona, 28 de mayo de 2015.

CONFERENCIAS EN TOLEDO


Con motivo del compromiso de ACET con los estudiantes de la UCLM y con la intención vertical de mejorar la UCLM, desde la Asociación hemos organizado el primer ciclo de conferencias "Conflicto y Cooperación: Dos formas de entender la política internacional" con la intención de que todos los que formamos parte de la UCLM podamos beneficiarnos del conocimiento de lo que actualmente está ocurriendo en el Mundo, sus causas y sus posibles soluciones.

Con los atentados de París muy presentes, llevamos un tiempo escuchando en todos los medios y las tertulias televisivas palabras como geopolítica, causas del islamismo radical, soluciones al problema. De este modo desde la Asociación queremos pretender que todos obtengamos una opinión formada sobre el tema y a través de ahí cada uno pueda opinar libremente.

Si eres una de esas personas curiosas e inconformistas que prefiere saber de un tema antes de opinar sobre él, te esperamos el día 16 a las 10:30 en el Salón de Grados del Edificio Sabatini, en el Campus de la Fábrica de Armas (Toledo).

Sobre los ponentes;

-D.Enrique Refoyo impartirá "Origen y Estado del conflicto en Donbass: Una situación de catástrofe humanitaria". Es politólogo, Técnico en Electrónica, Cofundador de la ONG de origen francés Vostok-Solidaridad Donbass y experto en geopolítica local. Habla Inglés, Ruso y Persa básico. Ha traducido al castellano "Geopolítica de Rusia" de Alexander Dugin y "Cibergeopolítica" de Leonid Savin.

-D.Roberto Ávila y D.Miguel Gómez impartirán "Origen de la guerra de Kosovo y situación actual". El primero de ellos es antiguo estudiante de Derecho en la UCLM y portavoz de Solidaridad Kosovo España en Kosovo i Metohia.

-D.Carlos Paz impartirá "Guerra en Siria: causas y posibles soluciones". Derecho por la Universidad Complutense, Filología Árabe e Historia del Arte. Ha publicado cuatro libros, de los cuales tres de narrativa. 

domingo, 6 de diciembre de 2015

MANIFIESTO ESPAÑOL DE APOYO A RUSIA





Manifiesto leído en la concentración frente al consulado ruso organizado por la Asociación Amigos de Novorrusia.

viernes, 23 de octubre de 2015

CIBERGEOPOLÍTICA, ORGANIZACIONES Y ALMA RUSA

¡NOVEDAD EDITORIAL DE HIPÉRBOLA JANUS!



"Tenemos el placer de presentar a nuestros lectores una nueva obra que, como viene siendo costumbre en nuestras publicaciones, no tiene precedente alguno en lengua castellana. «Cibergeopolítica, organizaciones y alma rusa» de Leonid Savin, un prestigioso analista geopolítico y pensador ruso que lleva años haciendo importantes aportaciones en el ámbito de la geopolítica, una rama de la ciencia política con la que recientemente nos estamos familiarizando y cuyas categorías analíticas son del todo necesarias para comprender el mundo actual."

Más información y compras: Hipérbola Janus

jueves, 22 de octubre de 2015

LA HUELGA

Por V. I. Lenin 


¿Por qué la gran producción fabril conduce siempre a las huelgas? Ello se debe a que el capitalismo lleva necesariamente a la lucha de los obreros contra los patronos, y cuando la producción se transforma en una producción hecha en gran escala esa lucha se convierte necesariamente en lucha huelguística.

Aclaremos esto.

Se denomina capitalismo a la organización de la sociedad en que la tierra, las fábricas, los instrumentos de producción, etc., pertenecen a un pequeño número de terratenientes y capitalistas, mientras la masa del pueblo no posee ninguna o casi ninguna propiedad y debe, por lo mismo, alquilar su fuerza de trabajo. Los terratenientes y los fabricantes contratan a los obreros, les obligan a producir tales o cuales artículos, que ellos venden en el mercado. Los patronos abonan a los obreros únicamente el salario imprescindible para que estos y sus familiares puedan bien que mal subsistir, y todo lo que el obrero rinde por encima de esa cantidad de productos necesaria para su mantenimiento se lo embolsa el patrono; esto constituye su ganancia. Por tanto, en la economía capitalista, la masa del pueblo trabaja a jornal para otros, no trabaja para sí, sino para los patronos, y lo hace por un salario. Se comprende que los patronos traten siempre de reducir el salario: cuanto menos entreguen a los obreros, más ganancia les queda. En cambio, los obreros tratan de recibir el mayor salario posible, para poder sostener a su familia con una alimentación abundante y sana, vivir en una buena casa, y no vestirse como pordioseros, sino como se viste todo el mundo. Por lo tanto, entre patronos y obreros se libra una lucha constante por el salario: el patrono tiene libertad para contratar al obrero que le convenga en gana, por lo que busca el más barato. El obrero tiene libertad para alquilarse al patrono que quiera, y busca el más caro, el que más pague. Trabaje el obrero en el campo o en la ciudad alquile sus brazos a un terrateniente, a un labrador rico, a un contratista o a un fabricante, siempre regatea con el patrono, luchando contra el por el salario.

Pero ¿puede el obrero, por sí solo, sostener esta lucha? Cada vez es mayor el número de obreros: los campesinos se arruinan y huyen de las aldeas a las ciudades y a las fábricas. Los terratenientes y los fabricantes introducen maquinas, que dejan sin trabajo a los obreros. En las ciudades aumenta sin cesar el número de parados, y en las aldeas, el de gente reducida a la miseria; la existencia de un pueblo hambriento hace que bajen más y más los salarios. Al obrero le es imposible luchar el solo contra el patrono, Si el obrero exige mayor salario o no acepta la rebaja del mismo, el patrono contestara: Vete a otra parte, son muchos los hambrientos que esperan a la puerta de la fábrica y se verán contentos de trabajar aunque sea por un salario bajo. 

El capitalista obtiene la posibilidad de aplastar por completo al obrero, de condenarle a muerte en un trabajo de forzados, y no solo a él, sino también a su mujer y a sus hijos. En efecto, ved las industrias en las que los obreros no han conseguido aun estar amparados por la ley y no pueden ofrecer resistencia a los capitalistas y comprobaréis que la jornada es increíblemente larga, hasta de 17 y 19 horas, que criaturas de cinco o seis años ejecutan un trabajo extenuador y que los obreros padecen hambre constantemente, condenados a una muerte lenta. Un ejemplo es de los obreros que trabajan a domicilio para los capitalistas; ¡pero cada obrero recordara otros muchos ejemplos! Ni siquiera bajo la esclavitud y bajo el régimen de servidumbre existió jamás una opresión tan tremenda del pueblo trabajador como la que sufren los obreros cuando no pueden oponer resistencia a los capitalistas ni conquistar leyes que limiten la arbitrariedad patronal.

Pues bien, para no permitir verse reducidos a esta situación tan extremada, los obreros inician la lucha más porfiada. Viendo que cada uno de ellos por si solo es impotente en absoluto y vive bajo amenaza de perecer bajo el yugo del capital, los obreros empiezan a alzarse juntos contra sus patronos. Dan comienzo las huelgas obreras. Al principio es frecuente que los obreros no tengan ni siquiera una idea clara de lo que tratan de conseguir, no comprenden por qué actúan así: simplemente rompen las máquinas y destruyen las fábricas. Lo único que desean es dar a conocer a los patronos su indignación, prueban sus fuerzas mancomunadas para salir de una situación insoportable, sin saber aún porque su situación es tan desesperada y cuáles deben ser sus aspiraciones. En todos los países, la indignación de los obreros comenzó con disturbios aislados, con motines, como los llaman en nuestro país la policía y los patronos. En todos los países, estos disturbios dieron lugar, de un lado, a las huelgas más o menos pacíficas y, de otro, a una lucha multifacética de la clase obrera por su emancipación.

Pero cuando los obreros proclaman juntos sus reivindicaciones y se niegan a someterse a quien tiene la bolsa de oro, entonces dejan de ser esclavos, se convierten en hombres y comienzan a exigir que su trabajo no solo sirva para enriquecer a un puñado de parásitos, sino que permita a los trabajadores vivir como personas. Los esclavos comienzan a presentar la reivindicación de transformarse en dueños; a trabajar y vivir no como quieran los terratenientes y los capitalistas, sino como quieran los propios trabajadores. Las huelgas infunden siempre tal espanto a los capitalistas porque comienzan a hacer vacilar su dominio. "Todas las ruedas se detienen, si así lo quiere tu brazo vigoroso", dice sobre la clase obrera una canción de los obreros alemanes. En efecto: las fábricas, las fincas de los terratenientes las maquinas, los ferrocarriles. etc., etc., Son, por decirlo así, ruedas de un enorme mecanismo: este mecanismo suministra distintos productos, los transforma, los distribuye donde es menester. Todo este mecanismo lo mueve el obrero, que cultiva la tierra, extrae el mineral, elabora las mercancías en las fábricas, construye casas, talleres y líneas férreas. Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo amenaza con paralizarse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman sus derechos con creciente fuerza. Cada huelga recuerda a los obreros que su situación no es desesperada y que no están solos. Ved que enorme influencia ejerce una huelga tanto sobre los huelguistas como sobre los obreros de las fabricas vecinas o próximas o de las fábricas de la misma rama de industria. En los tiempos corrientes, pacíficos, el obrero arrastra en silencio su carga, no rechista ante el patrono, no reflexiona sobre su situación. Durante una huelga el obrero proclama en voz alta sus reivindicaciones, recuerda a los patronos todos los atropellos de que ha sido víctima, proclama derechos, no piensa en si solo ni en su salario exclusivamente, sino que piensa también en todos sus camaradas, que han abandonado el trabajo junto a con el que defienden la causa obrera sin temor a las privaciones. Toda huelga acarrea al obrero gran número de privaciones, y además tan terribles que solo pueden comparase con las calamidades de la guerra: hambre en la familia, pérdida de salario, a menudo detenciones, expulsión de la ciudad en que residía y donde trabajaba. Y a pesar de todas estas calamidades, los obreros desprecian a los que se apartan de sus camaradas y entran en componendas con el patrono. A pesar de las calamidades de la huelga, los obreros de las fábricas inmediatas sienten entusiasmo siempre que ven que sus camaradas han iniciado la lucha. ”Los hombres que resisten tales calamidades para quebrar la oposición de un burgués, sabrán quebrar también la fuerza de toda la burguesía”, decía un gran maestro del socialismo, Engels, hablando de las huelgas de los obreros ingleses. Con frecuencia, basta que se declare en huelga una fábrica para que inmediatamente comience una serie de huelgas en otras muchas fábricas. ¡Así de grande es la influencia moral de las huelgas, así de contagioso es el influjo que sobre los obreros ejerce el ver a sus camaradas que, aunque solo sea temporalmente, se transforma de esclavos en personas con los mismos derechos que los ricos! Toda huelga infunde con enorme fuerza a los obreros la idea del socialismo: la idea de la lucha de toda la clase obrera por su emancipación del yugo del capital. Es muy frecuente que, antes de una gran huelga, los obreros de una fábrica o de una industria o una ciudad cualquiera no conozcan apenas el socialismo ni piensen en él, pero que después de la huelga se extiendan cada vez más entre los círculos y las asociaciones y sean más y más los obreros que se hacen socialistas.


La huelga enseña a los obreros a comprender donde radica la fuerza de los patronos y donde la de los obreros, enseña a pensar no solo en su patrono ni en sus camaradas próximos, sino en todos los patronos, en toda la clase capitalista y en toda la clase obrera. Cuando un patrono que ha amasado millones a costa del trabajo de varias generaciones de obreros no accede al más modesto aumento del salario e incluso intenta reducirlo todavía más y, en caso de que los obreros ofrezcan resistencia, arroja a las calles a miles de familias hambrientas, entonces los obreros ven con claridad que toda la clase capitalista es enemiga de toda la clase obrera y que los obreros pueden confiar tan solo en sí mismos y en su unión.