miércoles, 25 de febrero de 2015

LÍNEAS PARA UNA LUCHA REVOLUCIONARIA


Sobre la estrategia y la táctica de la acción revolucionaria

El deber fundamental de la van­guardia revolucionaria (...) con­sistirá en la destrucción -en su actual contenido- de los instrumentos del capitalismo, y en erradicar los mitos, las costumbres, la mentalidad de slo­gans y de lugares comunes que el sistema ha impuesto.

No se trata de "reformar" el siste­ma, no de defender algunas de sus re­alidades frente a otras –las contradic­ciones en el seno del sistema siempre se resuelven por el interés superior del sistema mismo-, sino de acabar con el sistema en sí y en cuanto tal, de individualizar los puntos de auto­nomía, de resistencia, y de preparar la revuelta como un ataque a los mis­mos fundamentos del capitalismo. Se trata de edificar una fuerza re­al y libre de toda pasión doctrinaria, capaz de llevar primero al conoci­miento, y después a la responsabilización, y por fin a la lucha a todos los individuos que hasta ahora no han sido integrados en el sistema productivo-consumista: el subproletariado, las minorías revolucionarias del pro­letariado industrial y campesino, los estudiantes, o cualquier hombre libre que opere en un determinado sector (ejército, magistratura, mundo de la técnica y de la investigación...), hombres de pensamiento extraño a la "inteligentzia" y al intelectualismo del sistema.

La desintegración en el interior de los países capital-imperialistas y la revuelta de los pueblos del Tercer Mundo ha conducido a la asimilación por parte de la burguesía de los canales potencialmente revoluciona­rios; mientras el pueblo progresiva­mente se va aburguesando, el colo­nialismo político ha cambiado su ros­tro por un colonialismo exclusiva­mente económico-cultural. La van­guardia revolucionaria deberá tener presente de guardarse de las tesis "fatalistas" y de las eventuales promesas de los profetas pseudo-científicos: sólo una voluntad lúcida es la que puede formar la historia, y esa fuerza debe traducirse en acciones dirigidas contra el sistema; la vanguardia revolucionaria deberá ocupar sin premura el espacio político-social en donde esa voluntad pueda traducirse en fuerza y en acciones reales.

En la presente situación histórica, la única realidad revolucionaria es aquella que se opone al enemigo real: el capital-imperialismo, y la que deli­nea la marcha hacia un orden huma­no auténtico, y este orden, al día ac­tual, sólo puede estar representado por una Europa liberada a través de la lucha del pueblo. Una Europa que adquiera su uni­dad en la maduración y en la conver­gencia revolucionaria de los pueblos europeos: no un Tercer Bloque dis­puesto a ocupar su lugar imperialista, sino una fuerza-guía de todos los pueblos oprimidos por la Santa Alianza soviético-americana, una Eu­ropa capaz de liberar al hombre de la opresión del dinero y de las técnicas de la usura.

La lucha de las vanguardias revo­lucionarias de los países europeos debe –sin perder de vista la lucha de los pueblos del Tercer Mundo- ten­der a encontrar la salida justa para to­dos los pueblos de Europa. Y para conseguir esto no sirven los lanzamientos de programas, la estéril idolatría de los esquemas inte­lectuales que ahogan la realidad histórica actual. La única lucha cohe­rente consiste en acentuar las contra­dicciones y los puntos débiles del sis­tema para acelerar así la crisis per­manente.

La Vanguardia Revolucionaria nace de la realidad de un tipo huma­no que no ha sido "integrado" y que se organiza "desde la realidad". Es capital que la Vanguardia Revolucio­naria tenga siempre presente el peli­gro representado por la infinita capa­cidad de absorción y de instrumentalización de la sociedad burguesa para anular la combatividad revoluciona­ria de los hombres libres: si no quiere servir de juego al sistema, la Van­guardia Revolucionaria no debe intentar "imitar" a la "democracia" (tal y como hacen los reformistas pseudo-revolucionarios); ni siquiera "in­vocar" a la "democracia" (como ha­cen los "rebeldes"); y mucho menos "insistir" en la "democracia" (como hacen los intelectuales populistas y los sindicatos, siervos del capitalis­mo).

El problema fundamental consiste en extirpar las desvirilizantes costum­bres mentales impuestas por la filosofía y por la "cultura" burguesa, en refutar sus pretendidos logros, desmitificar sus mitos y en negar su fal­sa realidad. Necesitamos habituar a las masas en la lucha permanente y en la nega­ción sistemática de todo aquello que es "oficial" y "típico" de "esta" so­ciedad y de "esta" cultura: sólo así podremos romper los vínculos de fondo que unen a las masas con la sociedad de consumo; sólo así podre­mos impedir cualquier compromiso entre las fuerzas revolucionarias y el poder burgués: Por la Cultura contra la "cultura oficial", por la Ciencia contra la "ciencia oficial", por la Mo­ral contra la "moralidad oficial".

Al conducir a las masas a la lucha -incluso reivindicativa-, la acción re­volucionaria no debe mirar tanto hacia las mejoras materiales, cuanto al cambio radical de valores y de cos­tumbres, así como de las estructuras sociales, para eliminar la sustancia materialista y capitalista.

Todas las acciones políticas, so­ciales, culturales, sindicales, son vá­lidas en cuanto sirven para mantener y acentuar un estado de tensión ideal y social en un sentido revolucionario antiburgués, y la validación de la uti­lidad de dichas acciones prescindirá siempre de los resultados contingen­tes de las acciones mismas; para ello, la Vanguardia Revolucionaria no de­be tomar nunca como un fin en sí la conquista de objetivos parciales (un gran peligro, pues pudiera suponer un parcial agotamiento de los moti­vos de la lucha revolucionaria), sino que estos objetivos deben servir para acrecentar la tensión revolucionaria, que no debe cesar hasta la obtención de nuevos "mitos" y de nuevos auténticos valores provocados por la acción educativa sobre las masas de la Lucha del Pueblo.

Sobre la moralidad de la acción revolucionaria

En la praxis de Lotta di Popolo (Lucha del Pueblo), y en la clara vi­sión interior de los hombres que de­ben conducirla, será esencial el do­tarse de una ética nueva.

Las masas están hoy en día edu­cadas en el culto al "bien económi­co" y a la "propiedad" (privada o pú­blica, da igual) en una sociedad en la cual la medida de los hombres está basada únicamente en el bien econó­mico, y cuyo último fin ético es la tu­tela de este bien económico. La fun­ción primera y determinante de la Lucha Revolucionaria será la de ele­var a las masas a la capacidad de concebir valores, digninades y pode­res que no tengan conexión alguna con la "fuerza económica", en la vi­sión de un orden más alto, donde, aún reconociendo que el "poseer" es un complemento necesario de la personalidad humana, no se absolutice la importancia de este medio, de iure, como la única realidad sostenible.

La Lucha Revolucionaria, por tanto, contra todo juicio negativo ba­sado sobre la interpretación burguesa del derecho y de la moral, posee un altísimo contenido ético: su moral está basada en el hombre que puede realizarse a sí mismo, del hombre que pretende reconquistar el derecho de "hacerse" su propio destino: vol­viendo a elevar al hombre sobre las estructuras, al centro de la historia.

La Lucha Revolucionaria es siempre un acto moral en cuanto que pretende liberar al hombre de las fuerzas que le son extrañas, en cuanto que es un instrumento del hombre para reconquistar su propio destino, en cuanto que es un instrumento si­tuado frente a las presuntuosas abs­tracciones intelectuales lejanas a la plenitud humana.

¿Qué se pretende?

La Sociedad Integral, el nuevo mundo que intentamos construir, no es la Ciudad del Sol, la "Utopía" o el Paraíso Terrenal; la lucha y las con­tradicciones seguirán existiendo, pero devolviendo al hombre sus pasiones, su realidad y sus exigencias psíqui­cas. Será una sociedad, por lo tanto, liberada de las leyes de la usura y de las entidades metafísicas que le son extrañas al ser humano.

La diferencia sustancial entre "esta" sociedad y la sociedad revolucio­naria consistirá, de hecho, en que el poder político no estará condicionado por el poder económico; en que el ca­pital no será el motor y el fin del mo­vimiento social, sino sólo un instru­mento de la convivencia civil bajo la coordinación del poder político; que el poder político promoverá la partici­pación directa de cada individuo -según su propio grado de responsabi­lidad- en la vida común; y, ante todo, que el ser humano podrá reconquistar la integridad de sus capacidades crea­tivas individuales y su irrenunciable dimensión humana de responsabili­dad y de dignidad que solo pueden ser posibles en un orden que no ob­serve a los ciudadanos como "masas" o como "clases", sino como un con­junto de hombres individualizados y caracterizados, como personas.

Nuestra lucha no nace en nombre de una ideología -esquema antihistó­rico que ha sido privado de todo sig­nificado y de toda actualidad en el de­venir de la vida en común- sino en nombre de una Visión del Hombre, del Mundo y de la Historia vista inte­riormente y expresada vitalísticamente -a través de la praxis de la Lucha Revolucionaria- en un existencialismo activo.

Pretender delinear la Sociedad In­tegral, es decir, lugar en el cual el hombre sea creador, partícipe y res­ponsable, significa reducir la Lucha del Pueblo en esquemas paralizantes.

Nunca seremos teorizadores o rí­gidos doctrinarios -a los que la Histo­ria consume y devora-. Nuestra pre­tensión es liberar al hombre del alto precio pagado por el progreso tec­nológico en las exigencias de la usura internacional. No tenemos ni el pre­texto ni la intención de racionalizar la historia. Los revolucionarios quere­mos ser portadores de valores que se afirman con la conquista del poder: las ideas sólo caminan en la voluntad y en el coraje de los hombres.

Extracto de un panfleto clandestino del grupo nacional-revolucionario italiano Lotta di Po­polo fechado en mayo-junio de 1971.



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