sábado, 21 de febrero de 2015

DETERMINISMO Y LIBERTAD EN EL PENSAMIENTO DE GEORGES SOREL

Georges Sorel (1847-1922) no es un filósofo y teórico revolucionario que requiera mayores presentaciones, sin embargo, tanto su figura como su pensamiento han pasado bastante desapercibidos en la historia del s. XX, pese a que su influencia se ha hecho sentir de forma velada y subrepticia a lo largo de la centuria pasada por medio de ciertos acontecimientos históricos, algunos personajes tanto políticos como ideológicos, y, también, sobre los movimientos sociales más recientes.

El pensamiento de Sorel está impregnado de una particular sofisticación teórica que hace que sus planteamientos sean especialmente sugestivos, escapando así de cualquier convencionalismo y eludiendo por completo la posibilidad de caer en esquemas ideológicos preconcebidos. Esta característica del pensamiento soreliano, que a primera vista pudiera resultar confusa e indefinida por lo que tiene de original, ha propiciado que la figura de Sorel haya sido reivindicada por sectores políticos y filosóficos de lo más dispares, lo que ha contribuido aún más a impedir su encasillamiento, quedando relegado a la condición de “espécimen” político exótico en los ámbitos académicos. 

La complejidad de la que no está exento el pensamiento de Sorel se debe, en gran medida, a la gran heterogeneidad de influencias que recibe por parte de otros pensadores, de los que destacan Karl Marx, Pierre J. Proudhon, Giambattista Vico o Henri Bergson entre otros. A lo ya dicho es necesario sumarle lo que de propiamente suyo hay en su pensamiento, el cual no consiste únicamente en una curiosa síntesis y amalgama de diferentes ideas de los autores citados, sino que su principal aportación reside en la agudeza y lucidez de sus análisis, habiendo sabido captar con exactitud el sentido general de la corriente histórica de su tiempo e identificado a la perfección los resortes impulsores del cambio histórico.

La historia, como creación humana, es concebida por Sorel a partir de la distinción que establece entre el «medio artificial» (naturaleza artificial) y el «medio natural» (naturaleza natural), entre el sistema maquinal y el sistema cósmico. Así, el hombre únicamente conoce aquello que hace, es decir, el mundo artificial de la industria, las máquinas y la técnica por cuanto este, como producto humano, constituye una creación suya. La naturaleza artificial, creada por el hombre, se encuentra separada de la naturaleza natural que constituye el mundo de los fenómenos naturales.

La naturaleza artificial se encuentra vinculada con el mundo de la técnica como mecanismo de la producción, la misma que hace posible su desarrollo progresivo hacia una mayor organización y un perfeccionamiento en su aplicación práctica. Por el contrario, la naturaleza natural corresponde a todo cuanto el hombre no ha hecho, al mundo de la naturaleza en el que se desarrollan las hipótesis científicas y cosmogónicas.

A partir de estas premisas, que son una clara herencia del pensamiento filosófico de Vico, Sorel desarrolla su propia visión acerca del desarrollo del cambio histórico, estableciendo una clara distinción entre determinismo y libertad. En este sentido su oposición al determinismo viene dada por el sentimiento de libertad que anida en el  hombre y por el cual, lejos de desempeñar un papel pasivo en el devenir histórico, es el protagonista de la historia al ser su hacedor.

Así, la técnica industrial no determina la estructura social y cultural, porque la propia técnica es una creación del hombre con la que construye su porvenir. El hombre, para conocerlo, es necesario considerarlo en su totalidad como trabajador, poniéndole en relación con el aparato técnico de los medios de producción. Esto es importante en la medida en que el marco material que lo circunda le impone ciertas limitaciones, pero, sin embargo, el hombre no se ve modelado por este, ya que las estructuras, como creación suya, no son, en última instancia, las que determinan el sentido y la forma del desarrollo de los acontecimientos históricos.

El hombre, por medio de la técnica, construye sus propias condiciones de vida material sobre la naturaleza exterior, haciendo uso de las fuerzas que la propia naturaleza pone a su disposición convirtiéndose así en su señor. El hombre, como elemento activo, no es sólo producto de las circunstancias generadas por el marco estructural y material, y por tanto no sólo es objeto, sino que también es sujeto en la medida en que altera y cambia las circunstancias en las que se encuentra inserto, haciéndolas objeto de su actividad. Las circunstancias, así entendidas, no son únicamente objeto de la naturaleza, sino proceso y producto resultante de la actividad humana.

La naturaleza artificial es la instauración de un orden humano en el medio natural, con el cual se crean unas determinadas condiciones materiales y unas estructuras determinadas en las que, la relación del hombre con el sistema de producción adquiere especial importancia. Estas estructuras, como creación humana, únicamente constituyen una limitación del poder del hombre; condicionan pero no determinan la historia en cuanto a su desarrollo interno ya que el hombre no es únicamente objeto, sino sujeto que constantemente está modificando la tecnología aplicada en los medios de producción. Es de este modo como el hombre crea su historia como fruto de su actividad en el sistema de producción.

Frente al orden, como constitución de una naturaleza artificial, el desorden representa el estado natural de la humanidad. El orden supone, en definitiva, la situación en la que los hombres han llegado a ser capaces de imponer a los movimientos de las cosas direcciones opuestas a las que habrían existido sin su intervención; es por medio de la naturaleza artificial que el hombre adquiere, a través de una labor incesante, el poder de dirección, no pudiéndose detener ni un instante ya que todo tiende a volver al orden antiguo, al estado natural de desorden. Aquí hace su aparición el carácter combativo del productor, que tiene que luchar obstinadamente para mantener y desarrollar el orden que se ha dado a sí mismo a través de la técnica, la misma que con su progreso permanente exige nuevos esfuerzos para adaptar los nuevos avances a la producción, y con ello preservar el orden y las estructuras que el hombre se ha dotado y que representan, en definitiva, la civilización material a la que ha dado origen.

Por tanto, el movimiento natural de decadencia al que la humanidad se ve arrastrada, dirigiéndose hacia el desorden natural, debe ser contrarrestado por la labor de conservación de la civilización material por medio de esfuerzos heroicos de la voluntad del trabajador, una lucha que desecha todo tipo de optimismo idílico de un fin de la historia con el que se habría alcanzando la felicidad en un mundo lleno de luces e igualdad.

En síntesis puede decirse que, para Sorel, la historia es una creación exclusiva del hombre. Se da, entonces, una relación dialéctica, de influencia recíproca, entre el hombre y el orden artificial que genera sobre la naturaleza, por lo que las condiciones materiales y estructurales por él creadas pasan a condicionar su actividad, haciendo así del hombre objeto de la historia; pero al mismo tiempo es el hombre, quien con su actividad creadora dirige el curso de los acontecimientos variando en cada momento el aparato técnico de la producción, y con ello cambiando constantemente las circunstancias materiales en las que se encuentra inserto, haciéndose a sí mismo sujeto y máximo artífice de la historia. La civilización material, siempre en peligro, debe ser conservada por una lucha heroica del trabajador contra la decadencia, lo que le dota de un particular sentido de la realidad desprovisto ya de ilusiones quiméricas engendradas por un infantil optimismo.

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