miércoles, 17 de diciembre de 2014

METAFÍSICA DEL NACIONAL BOLCHEVISMO

Por Alexander Dugin

Alexander Dugin hace años, sin su característica barba, en una conferencia del Partido Nacional Bolchevique.


LA DEFINICIÓN APLAZADA

El término “Nacional-Bolchevismo” puede indicar imágenes muy diversas. En sí, emergió en Alemania y en Rusia para reflejar la intuición, por parte de algunos teóricos políticos, del carácter nacional de la Revolución bolchevique de 1917, carácter oculto a la fraseología del marxismo internacionalista ortodoxo. En el contexto ruso, “nacional-bolchevique” fue la denominación habitual de aquellos comunistas orientados hacia la conservación del Estado y (consciente o inconscientemente) continuadores de la línea geopolítica de la misión de la Gran-Rusia. Pero “nacional-bolcheviques” rusos se encuentran tanto entre los blancos (Ustrialov, los “smeno-vekhovisij”, los euroasiáticos de izquierda) como entre los rojos (Lenin, Stalin, Radek, Lezhnev, etc.) (1). En Alemania el fenómeno análogo se asoció a las formas de nacionalismo de extrema izquierda de los años 20 y 30 del siglo XX, en cuyos ambientes se daba una combinación de ideas socialistas no-ortodoxas, ideas nacionalistas y actitudes positivas a un entendimiento con la Unión Soviética. Entre los nacional-bolcheviques alemanes, el más coherente y radical fue sin duda Ernst Niekisch; pero en este movimiento también encontramos personajes destacados de la Revolución Conservadora alemana, como Ernst Jünger, Ernst von Salomon, August Winnig, Karl Otto-Paetel, Harro Schulzen-Beysen, Hans Zehrer, así como miembros del Partido Comunista, como Laufenberg e Wolfheim, pero también figuras espontáneas del ala izquierda del NSDAP, como Otto Strasser y Joseph Goebbels.

En verdad, el concepto de “Nacional-Bolchevismo”, por amplitud y profundidad, atraviesa las corrientes políticas. Todavía hoy, para llegar a una comprensión adecuada, debemos examinar problemas de orden teórico y filosófico de orden más global, concernientes a las definiciones de “derecha” y de “izquierda”, de “nacional” y de “social”. La doble palabra “nacional-bolchevismo” encierra un significado paradójico. ¿Cómo pueden dos nociones mutuamente excluyentes combinarse en un único término? 

Independientemente de los éxitos alcanzados por las reflexiones de los nacional-bolcheviques, que se resienten sin duda de las limitaciones del contexto histórico específico, la idea de una aproximación de la izquierda al nacionalismo y de la derecha al bolchevismo se revela inesperada y sorprendentemente fecunda, abriendo nuevos horizontes a la comprensión de la lógica histórica, del desarrollo social y del pensamiento político.

Nuestro punto de vista no será un hecho político particular y concreto: si Niekisch escribió esto, si Ustrjalov evaluó un cierto fenómenos de tal modo, si Savitskij apuntó esta argumentación, y demás. Debemos, por el contrario, intentar la observación del fenómeno desde un punto de vista sin precedentes: aquello mismo que lo hizo posible la existencia de tal combinación “nacional y bolchevique”. Obrando tal estaremos en condiciones no sólo de describir el fenómeno, sino también de comprenderlo y ―gracias a ello― de comprender muchos otros aspectos de nuestra época paradójica.

LA INESTIMABLE CONTRIBUCIÓN DE KARL POPPER.

En la ardua tarea de definir la esencia del “nacional-bolchevismo” es difícil algo mejor que la referencia a las investigaciones sociológicas de Karl Popper, y especialmente a su trabajo fundamental “La sociedad abierta y sus enemigos”. En esta obra ponderosa, Popper propone un modelo en base al cual todos los tipos de sociedad se reparten en grandes líneas en dos categorías principales: las sociedades abiertas y las sociedades no abiertas, siendo estas últimas obra de los enemigos de la sociedad abierta. Según Popper, las sociedades abiertas se basan en el rol central del individuo y sobre sus características fundamentales: racionalidad, discrecionalidad, ausencia de una teleología global en la acción, etc. El sentido de la sociedad abierta consiste en el rechazo de todas las formas de Absolutos no compatibles con la individualidad y con su naturaleza.. Una sociedad tal es abierta” a causa de la variedad de las combinaciones ilimitadas de los átomos individuales (aunque privados de sentido y de finalidad); teóricamente, una sociedad de este género debiera estar dirigida a conseguir un equilibrio dinámico ideal. El mismo Popper se declara un firme partidario de la sociedad abierta.

El segundo tipo de sociedad es definido por Popper como “hostil a la sociedad abierta”. Queriendo prevenir las posibles objeciones, no la llama “sociedad cerrada”, pero usa frecuentemente el término “totalitaria”. En cualquier caso, según Popper, la simple aceptación o rechazo del concepto de “sociedad abierta” constituye un criterio de clasificación para cualquier doctrina política, social o filosófica.

Enemigos de la “sociedad abierta” son quienes propugnan todo género de modelos teoréticos fundados sobre el Absoluto, en vez del rol central del individuo. El Absoluto, incluso cuando se elige por libre elección, invade inmediatamente la esfera individual, transforma radicalmente su proceso evolutivo, viola coercitivamente la integridad atomista del individuo sometiéndolo a cualquier otro impulso individual externo. El individuo vienen inmediatamente limitado por el Absoluto, y por lo tanto la sociedad pierde su condición de “apertura” y la posibilidad de un libre desarrollo en todas las direcciones. El Absoluto pone fines y límites, establece dogmas y normas, plasma al individuo como el escultor plasma sus materiales.

Popper hace iniciar la genealogía de los enemigos de la “sociedad abierta” con Platón, a quien considera el fundador del totalitarismo en filosofía y padre del “oscurantismo”. Después, paso a paso, continúa con Schlegel, Schelling, Marx, Spengler y otros pensadores modernos, todos puestos en común, en su clasificación, por un indicio: la introducción de construcciones metafísicas, éticas, sociológicas y económicas fundadas sobre principios que niegan la “sociedad abierta” y el rol central del individuo. Y sobre este punto Popper es absolutamente justo.

El elemento más importante del análisis de Popper es el hecho de que pensadores y políticos sean catalogados como “enemigos de la sociedad abierta” independientemente de sus convicciones de “derecha” o de “izquierda”, “reaccionarias” o “progresistas”. Popper pone el acento sobre otro punto sustancial y sobre un criterio más fundamental, que unifica ideologías y filosofías en apariencia contradictorias. Marxistas, conservadores, fascistas, algunos social-demócratas, todos ellos pueden ser identificados como “enemigos de la sociedad abierta”. Al mismo tiempo, liberales como Voltaire o pesimistas reaccionarios como Schopenhauer pueden descubrirse unidos en el conjunto de los amigos de la sociedad abierta.

La fórmula de Popper es esta: o “la sociedad abierta” o “sus enemigos”

LA SANTA ALIANZA DEL OBJETIVO

La definición más acertada y apreciada de “nacional-bolchevismo”, será ahora la siguiente: “El nacional-bolchevismo es la super-ideología común a todos los enemigos de la sociedad abierta”. No es sólo una entre las ideologías hostiles a tal sociedad, sino precisamente su antítesis consciente, total y natural. El nacional-bolchevismo es un tipo de ideología que se apoya en la completa y total negación del individuo y en su rol central; y en la cual el Absoluto ―en cuyo nombre el individuo es negado― asume su sentido más amplio y general. Osaremos decir que el nacional-bolchevismo justifica cualquier versión del absoluto, cualquier refutación de la “sociedad abierta”. En el nacional-bolchevismo está inscrita la tendencia a universalizar el Absoluto a cualquier coste, a promover una ideología y un programa político tales que sean la encarnación de todas las formas intelectuales hostiles a la “sociedad abierta”, reconociendo un común denominador e integrando un bloque conceptual y político indivisible.

Naturalmente, en el transcurso histórico, las varias tendencias hostiles a la “sociedad abierta” fueron también hostiles las unas hacia las otras. Los comunistas han negado indignados su semejanza a los fascistas, y los conservadores han negado tener nada que ver con ambas corrientes citadas. En la práctica, ninguno entre los “enemigos de la sociedad abierta” admite ninguna relación con las otras ideologías análogas, considerando al mismo tiempo este parangón como una crítica denigratoria. Al mismo tiempo, las diferentes versiones de la misma “sociedad abierta” se han desarrollado en estrecha unión recíproca, demostrando una clara conciencia de su parentela ideológica y filosófica. El principio del individualismo ha sabido unir a la monarquía protestante inglesa con el parlamentarismo democrático de Norteamérica, donde en sus inicios el liberalismo se combinó graciosamente con la posesión de esclavos.

Fueron precisamente los nacional-bolcheviques los primeros en intentar una coalición de las varias ideologías hostiles a la “sociedad abierta”; ellos revelaron la existencia de aquel eje común que ―al parecer de sus adversarios ideológicos ― reunía en torno a sí todas las posibles alternativas al individualismo y a la sociedad por él fundada.

Los primeros nacional-bolcheviques históricos construyeron su teoría sobre la base de aquel impulso profundo y casi del todo irreflexivo. El blanco de la crítica nacional-bolchevique fue el individualismo, de “derechas” tanto como de “izquierdas”. En la “derecha”, el individualismo se expresaba en la economía, en la “teoría del libre mercado”; en la izquierda, en el liberalismo político: la “sociedad igualitaria”, la ideología de los “derechos humanos “, y similares.

En otras palabras, los nacional-bolcheviques supieron identificar la esencia de su posición metafísica y la de sus adversarios.

En el lenguaje filosófico, “individualismo” se identifica prácticamente con “subjetivismo”. Si operásemos una lectura de la estrategia nacional-bolchevique a este nivel, podríamos afirmar que el nacional-bolchevismo es netamente contrario a lo “subjetivo” y netamente favorable a lo “objetivo”. La cuestión entonces no se pone en los términos materialismo o idealismo, sino en los términos idealismo objetivo y materialismo objetivo (a un lado de la barricada) o idealismo subjetivo y materialismo subjetivo (al otro) (2).

Así, la filosofía política del nacional-bolchevismo sostiene la natural unidad de las ideologías fundadas sobre la posición central de lo objetivo, al cual se le confiere un status idéntico a aquel del Absoluto, independientemente de cómo sea interpretado este carácter de los objetivo. Podemos decir que la máxima metafísica suprema del nacional-bolchevismo es la fórmula hinduísta “El Atman es Brahman”. En el hinduismo, el “Atman” es el Ser humano supremo, trascendente e indiferente al “yo” individual, pero al mismo tiempo interno a este último como su parte más íntima y misteriosa, huidiza a los condicionamientos de lo inmanente. El Atman es el Espíritu interior, en su sentido objetivo y supraindividual. El “Brahman” es la Realidad Absoluta, que abarca al individuo desde el exterior, el carácter objetivo exterior elevado a su fuente primaria y suprema. La identidad del Arman y el Brahman en su unidad trascendente es el sello de la metafísica hindú y, sobre todo, el punto de partida de la realización espiritual. Se trata de un elemento común a todas las doctrinas sagradas, sin excepción. En todas se presenta la cuestión de la finalidad fundamental de la existencia humana, de la superación del “sí mismo”, de la expansión hacia otros límites del pequeño “yo” individual.; el camino que se aleja de este “yo”, interior o exterior, conduce al mismo éxito victorioso. De aquí lo paradójico de la tradición iniciática, expresado en la famosa fórmula del evangelio: “quien quiera ganar su vida la perderá”. El mismo significado está contenido en la genial afirmación de Nietzsche: “Lo humano es aquello que debe ser superado”. El dualismo filosófico entre “subjetivo” y “objetivo” ha influenciado todo el curso de la historia en la esfera más concreta de la ideología, siguiendo las especificaciones de la política y del ordenamiento social. Las diferentes versiones de la filosofía “individualista” se han concretado progresivamente en el campo ideológico del liberalismo y de la política liberal-democrática. Se trata del macro-modelo de “sociedad abierta” del cual se ha ocupado Popper. La “sociedad abierta” es el último y más maduro fruto del individualismo vuelto en ideología y realizándose en una política concreta. Es por ello que nos obligamos a desarrollar el problema de un máximo común modelo ideológico para los autores de la percepción “objetiva”, de un programa sociopolítico universal para los “enemigos de la sociedad abierta”. El resultado que obtendremos será la ideología del nacional-bolchevismo.
En paralelo a la radical innovación de esta filosofía discriminante, operada verticalmente respecto a los esquemas habituales (como idealismo-materialismo), los nacional-bolcheviques señalan una nueva línea de confín en política. Derecha e izquierda son ahora ambas divididas en dos sectores. La extrema izquierda (comunistas, bolcheviques, “hegelianos de izquierda”), vienen a combinarse en la síntesis nacional-bolchevique con los extremistas nacionalistas, estatalistas, sostenedores de la idea del “Nuevo Medievo”, en breve, con todos los “hegelianos de derecha” (3).

Los enemigos de la “sociedad abierta” han retornado a su terreno metafísico común.

LA METAFÍSICA DEL BOLCHEVISMO O MARX VISTO DESDE LA DERECHA

Aclaremos ahora el modo de entender los dos componentes de la expresión “nacional-bolchevismo” en un significado puramente metafísico.

Como es sabido, el término “bolchevismo” hizo su aparición en el curso del debate interior en el seno del POSDR (Partido Obrero Social-Democrático Ruso), para definir la fracción que se situó junto a las tesis de Lenin. Recordemos que la política de Lenin en el ámbito de la socialdemocracia rusa se caracterizaba en su extrema radicalidad, en el rechazo de los compromisos, en la acentuación del carácter elitista del partido y en el “blanquismo” o teoría de la conspiración revolucionaria. En seguida, los hombres que llevaron a término la Revolución de Octubre y tomaron el poder en Rusia fueron llamados “bolcheviques”. Pero, en la fase post-revolucionaria, casi de súbito, el término perdió su significado circunscrito y pasó a ser entendido como sinónimo de “mayoritario”, de “política pan-nacional”, de “integración nacional” (“bolchevique”, en ruso, puede traducirse aproximadamente como “representante de la mayoría”). Se llegó así a una fase en la que el “bolchevismo” fue percibido como una versión nacional, puramente rusa, del comunismo y del socialismo, en contraposición a las abstracciones dogmáticas de los marxistas y, al mismo tiempo, de las tácticas conformistas de las otras tendencias socialdemócratas. Una similar interpretación del bolchevismo” fue en larga medida característica de la Rusia, y fue aquella la que predominó en Occidente. La mención del “bolchevismo” en reacción al término “nacional-bolchevismo” no se limita todavía a este significado histórico. Estamos en presencia de una determinada política, común a todas las tendencias de la izquierda radical de naturaleza socialista o comunista que podemos definir “radical”, “revolucionaria” o “antiliberal”. La referencia es a aquel aspecto de la teoría de la izquierda que Popper define como “ideología totalitaria” o como “teoría de los enemigos de la sociedad abierta”. Por lo tanto, no es posible reducir el “bolchevismo” al influjo de la mentalidad rusa sobre la doctrina de la socialdemocracia. Se trata de una determinada componente siempre presente en todas las filosofías de izquierda, y que puede libremente desarrollarse al margen de las condiciones en la Rusia de 1917.

En los últimos tiempos, una cuestión viene interrogando a los historiadores más objetivos: ¿La ideología fascista, es realmente “de derechas”? Y el mismo hecho de expresar esta duda apunta naturalmente en la dirección de la posible interpretación del “fascismo” como fenómeno más bien complejo, que presenta una gran cantidad de trazos típicamente “de izquierda”. Y aquí anotamos la cuestión simétrica: ¿el “comunisno”, es realmente “de izquierdas”? Tal pregunta no ha llegado a los medios académicos, pero la cuestión se hace urgente: es necesario cubrir esta demanda.

Es difícil negar al comunismo trazos auténticamente “de izquierdas”, como la apelación a la racionalidad, al progreso, al humanismo, al igualitarismo, etc. Pero, al lado de estos, presenta aspectos que se presentan, sin sombra de duda, al margen de un marco de “izquierdas” y que se asocian a la esfera de lo irracional, del antihumanismo y del totalitarismo. Estos son en su conjunto los elementos de “derechas” presentes en la ideología comunista, que definimos como “bolcheviques” en su sentido más general, Antes, en el mismo marxismo, aparecen dos elementos sospechosos, desde el punto de vista progresista, de ser “auténticamente” de “izquierdas”. Se trata de la herencia de los socialistas utópicos franceses y del hegelianismo de izquierdas. Sólo la ética de Feuerbach contrasta con la esencia “bolchevique” de la construcción ideológica de Marx, confiriendo al conjunto entero una colorista terminología humanista y progresista.

Los socialistas utópicos, ciertamente incluidos por Marx en el conjunto de sus maestros predecesores, fueron los espontáneos de un particular mesianismo místico y los predecesores de un “retorno a la Edad de Oro”. Prácticamente, todos fueron miembros de sociedades secretas y esotéricas, fuertemente impregnadas de una atmósfera de misticismo, escatología y predicciones apocalípticas. Este un universo en el cual se intercalaban motivos sectarios y ocultismos religiosos, cuyo sentido se reducía al siguiente esquema: “El mundo moderno es intrínsecamente malvado, pues ha perdido la dimensión de lo sacro. Las instituciones religiosas son corruptas y han perdido la bendición de Dios (un tema común entre las sectas extremistas protestantes, como los anabaptistas y los “viejos creyentes” rusos). El mundo está gobernado por el mal, el engaño, el materialismo y el egoísmo. Pero los iniciados sabemos del próximo retorno de una Edad de Oro, y la favoreceremos con rituales enigmáticos y aciones ocultas”

Los socialistas utópicos proyectaron este modelo, común al esoterismo mesiánico occidental, sobre la realidad social, y revistieron de semblanzas políticas y sociales el siglo áureo del porvenir. Ciertamente, era un intento de racionalización del mito escatológico, pero al mismo tiempo era una intromisión en la política del carácter sobrenatural del Reino venidero, del “Regnum”, y evidentemente en sus programas sociales y en sus manifiestos, donde no es difícil encontrar descripciones de las maravillas de la futura sociedad comunista (navegantes que cabalgan a lomos de delfines, manipulación de las condiciones meteorológicas, comunidad de esposas y libertad sexual, vuelos humanos, etc.). Es absolutamente evidente el carácter cuasi-tradicional de esta dirección política: un misticismo escatológico radical, la idea del retorno a los Orígenes, que justifican plenamente la clasificación de esta componente no sólo a la “derecha”, sino incluso a la “extrema derecha”.

Ahora lleguemos a Hegel y a su dialéctica. Es ampliamente conocido que las convicciones políticas personales del filósofo fueron extremadamente reaccionarias. Pero esta no es la cuestión. Si examinamos el fundamento metodológico de la dialéctica hegeliana (y fue precisamente el método dialéctico el que Mar tomo prestado, en muy amplia medida, de Hegel), descubriremos una doctrina perfectamente tradicionalista, incluso escatológica, que hace uso de una terminología específica. Además, tal terminología refleja la estructura del acercamiento iniciático, esotérico, a los problemas gnoseológicos, bien distante de la lógica puramente profana de Descartes y Kant; éstas tendrían por fundamento el “sentido común”, las especificaciones gnoseológicas de aquella “conciencia de la vida cotidiana” de la cual (vale la pena anotarlo) todos los liberales, y en particular Karl Popper, son apologistas.

La filosofía de la historia de Hegel es una versión del mito tradicional, integrada en una teleología puramente cristiana. La Idea Absoluta, alienada de sí misma, deviene el mundo (recordemos la fórmula del Corán: “Allah era un tesoro escondido que quería ser descubierto”). Encarnándose en la historia, la Idea Absoluta ejerce una influencia desde el exterior sobre los hombres, como “astucia de la Razón”, predeterminando el carácter providencial de la trama de los de los eventos. Para tal fin, mediante el adviento del Hijo de Dios, la perspectiva apocalíptica de la realización total de la Idea Absoluta se desvela al nivel subjetivo, que, por efecto de aquelllo, de “subjetivo” se hace “objetivo”. “El Ser y la Idea son una misma cosa”, es decir: “el Atman es Brahman”. Esto deviene en un determinado Reino particular, en un Imperio del Fin que el nacionalista alemán Hegel identificó con Prusia. La Idea Absoluta es la tesis; la alienación en la historia es la antítesis; su realización en el Reino escatológico es la síntesis. La gnoseología hegeliana se funda sobre esta visión ontológica. Distinta de la racionalidad común –que se apoya sobre las leyes de la lógica formal, obra sólo con afirmaciones positivas y se limita a las actuales relaciones de causa/efecto- la “nueva lógica” de Hegel asume como objeto aquella especial dimensión ontológica de la cosa, integrada en su aspecto potencial, inaccesible a la “conciencia de la vida cotidiana”, pero ampliamente empleada en las corrientes místicas de Paracelso, Jakob Boheme, los hermetistas y los rosacrucianos. El hecho de un sujeto o afirmación (al cual se reduce la gnoseología “cotidiana” de Kant) es para Hegel sólo una de las tres hipóstasis. La segunda hipóstasis es la “negación” de aquel hecho, entendida no como pura nada (según la visión de la lógica formal) sino como una particular modalidad de existencia supraintelectual de una cosa o de una afirmación.. La primera hipóstasis es el “Ding für uns” (la cosa para nosotros); la segunda hipóstasis el “Ding an sich” (la cosa en sí). Pero, a diferencia de la perspectiva kantiana, la “cosa en sí” es interpretada no como algo trascendente y puramente apofático, no como un no-ser gnoseológico, sino como un ser-en-otro-modo gnoseológico. Y ambas hipóstasis relativas desembocan en la Tercera, la síntesis, que abraza tanto la afirmación como la negación, la tesis tanto como la antítesis. Así, considerando el proceso de pensamiento en su coherencia, la síntesis tiene lugar después de la “negación”, en cuanto que segunda negación o “negación de la negación”. En la síntesis se complementan tanto la afirmación como la negación. La cosa co-existe con su propia muerte, que según una particular perspectiva ontológica y gnoseológica no es vista como vacío, sino como otro-modo-de-ser de la vida, como alma.

El pesimismo gnoseológico kantiano, raíz de la meta-ideología liberal, es derribado, es descubierto como “irreflexión”, y el “Ding an sich” (la cosa en sí) deviene “Ding fuer sich” (cosa para sí). La razón del mundo y el mismo mundo se combinan en la síntesis escatológica, donde la existencia y la no-existencia estarán ambas presentes, sin excluirse recíprocamente. El Reino Terrenal del Fin, dirigido por la casta de los iniciados (la Prusia ideal) se integrará con la Nueva Jerusalén descendida a la Tierra. Será el final de la historia y el comienzo de la Era del Espíritu Santo.

Este escenario mesiánico escatológico fue tomado en préstamo por Marx y aplicado a una esfera diferente, a la esfera de las relaciones económicas. Una pregunta interesante: ¿por qué hizo Marx tal cosa? La “derecha” está presta a responder citando su “falta de idealismo”, su “naturaleza grosera” (cuando no sus intentos subversivos). Explicaciones sorprendentemente simplistas, que han mantenido su polaridad en el curso de varias generaciones de reaccionarios. De manera más verosímil, Marx –que estudió a fondo la economía política inglesa- fue seducido por la semejanza entre las teorías liberales de Adam Smith, que ven la histor4ia como un movimiento progresivo hacia la sociedad de libre mercado y la universalización de un denominador común monetario material, y el concepto hegeliano que expresa la antítesis histórica, vale decir la alienación de la Idea Absoluta en la historia. De modo genial, Marx ha identificado la máxima alienación del Absoluto en el Capital.

Del análisis de la estructura del capitalismo y de su desarrollo histórico Marx extrae el conocimiento de la mecánica de la alienación, la fórmula alquímica de sus reglas de funcionamiento. Y esta comprensión mecánica –las fórmulas de la antítesis- fue sólo la primera y necesaria condición para la Gran Restauración tras la Última Revolución. Para Marx, el Reino del comunismo por venir no era solamente el progreso, sino el éxito final, la “revolución” en el sentido etimológico del término. No por casualidad el propio Marx definió el estadio primero de la humanidad como “comunismo de las cavernas”. La tesis es el “comunismo de las cavernas”, la antítesis es el Capital, la síntesis es el comunismo mundial. Comunismo es sinónimo de Fin de la Historia, de Era del Espíritu Santo. El materialismo, la focalización sobre las relaciones económicas e industriales, no testimonia el interés de Marx por la praxis, sino de su aspiración a la transformación mágica de la realidad y de su rechazo radical de los sueños compensatorios de todos los soñadores irresponsables que no han hecho sino agravar el elemento de alienación con su inacción. Según una lógica similar, los alquimistas medievales podrían ser tachados de “materialistas” y de sedientos de riquezas para todos aquellos que no tengan en consideración su simbolismo profundamente espiritual e iniciático que se encierra en sus discursos sobre la destilación de la orina, sobre la transmutación del oro en plomo y sobre la conversión de los minerales en metales.

Estas tendencias gnósticas presentes en Marx y en sus predecesores fueron recogidas por los bolcheviques rusos, crecidos en un ambiente donde la fuerza enigmática de las sectas rusas, el mesianismo nacional, las sociedades secretas y el los tratados apasionantes y románticos de los rebeldes formaron el fermento contra un régimen monárquico alienado, secularizado y degenerado. Moscú era la “Tercera Roma”; el pueblo ruso era un pueblo deíforo (portador de Dios); Rusia estaba destinada a salvar al mundo: todas estas ideas estaban permeabilizadas en la vida cotidiana del pueblo ruso, en sintonía con la inclinación a escoger un sujeto esotérico en el marxismo. Pero frente a las fórmulas estrictamente espirituales, el marxismo ofrecía una estrategia económica, política y social, clara y concreta, comprensible a la gente simple y apta para formar una base a disposición de su naturaleza social y política.

Fue este “marxismo de derechas” el que triunfó en Rusia bajo el nombre de “bolchevismo”. Pero esto no significa que se trate de una cuestión únicamente rusa: tendencias análogas se han presentado en los partidos comunistas de todo el mundo cuando estos no se han degradado al nivel de la socialdemocracia parlamentaria conforme al espíritu liberal. Así, no es sorprendente que el socialismo revolucionario haya triunfado integralmente, además de Rusia, el los países del Extremo Oriente: China, Corea, Vietnam, etc. Precisamente los pueblos y las naciones más tradicionalistas, menos progresistas y “modernos” (o sea, menos “alienados al Espíritu), aquellos más “a la derecha”, que reconocieron en el comunismo una esencia mística, espiritual, “bolchevique”.

El nacional-bolchevismo tomó como propia esta tradición bolchevique, este “comunismo de la derecha” cuyos orígenes hacían referencias a las antiguas sociedades iniciáticas y a las doctrinas espirituales de eras remotas. El aspecto económico del comunismo no vienen aquí negado, pero se considera como un medio de la práctica teúrgica, mágica, como un instrumento particular para la transformación social. La única cosa que se les aparece inadecuada y caduca en el discurso marxista, en la cual aparecen los temas accidentales y obsoletos del humanismo, es el progresismo.

El marxismo de los nacional-bolcheviques equivale a Marx menos Feuerbach, es decir, menos el evolucionismo y menos aquel humanismo inercial que ahora emerge en el mundialismo globalizador.

METAFÍSICA DE LA NACIÓN

Por supuesto, también la otra componente del término “nacional-bolchevismo” merece ser explicada. El concepto de “nación” es todo menos simple; su interpretación puede ser de naturaleza biológica, política, cultural, económica. Nacionalismo puede significar tanto la exaltación de la “pureza racial” o de la “homogeneidad étnica”, como la agregación de los individuos atomizados con el fin de asegurarse un “optimum” de condiciones económicas en un espacio geográfico limitado.

La componente “nacional” del nacional-bolchevismo (en su sentido ya histórico, ya metahistórico, absoluto) es especial. En el curso de la historia, los círculos nacional-bolcheviques se han distinguido por la tendencia a leer el concepto de nación en su significado imperial, geopolítico. Para los seguidores de Ustrjalov, los “euroasiáticos de izquierda”, por no hablar de los nacional-bolcheviques soviéticos, el “nacionalismo” es super-étnico, está asociado al mesianismo geopolítico, al “lugar de desarrollo”, a la cultura, al fenómeno-nación a escala continental. También en los escritos de Niekisch y de sus seguidores alemanes encontramos la idea del Imperio continental “de Vladivostok a Flessing”, junto a la idea de la “Tercera Figura Imperial” (Das Dritte imperiale Figur).

En todos los casos, se trata de la cuestión de la interpretación geopolítica y cultural de la nación, ajena de la mínima traza de racismo o miras de “pureza étnica”.

Esta lectura cultural y geopolítica de la “nación” se fundamenta en el dualismo geopolítico que en las obras de Halford MacKinder encontró su primera definición clara y dio paso a la escuela de Haushofer y de los “euroasiáticos” rusos. La agregación imperial de las naciones orientales, unidas en torno a Rusia constituye el posible esqueleto de la nación continental, consolidada en la elección “ideocrática” y en el rechazo de la plutocracia, por una dirección socialista revolucionaria contra el capitalismo y el “progreso”.

Es significativo que Niekisch insistiese al afirmar que en Alemania el “Tercer Reich” debiera ser erigido en torno a Prusia, protestante y potencialmente socialista, genética y culturalmente asociada a Rusia y al mundo eslavo, y no en torno a la Baviera católica y occidental, gravitando en torno a la órbita del modelo capitalista (4). Pero, junto a esta versión “gran-continental” del nacionalismo –la cual, por inciso, corresponde exactamente a las reivindicaciones mesiánicas universales específicas del nacionalismo escatológico y ecuménico ruso- también existe en el nacional-bolchevismo una interpretación más restringida, la cual, respecto a la escala continental, no se presenta como una contradicción, sino como su definición en un nivel inferior.

En este último caso la nación se entiende en modo análogo al concepto de “Narod” (pueblo-nación) interpretado por los “narodniki” (populistas) rusos, o sea: como un ente integral, orgánico, por su esencia refractario a cualquier subdivisión anatómica, dotado de un destino particular y de una estructura única.

Según la doctrina Tradicional, un determinado Ángel, un determinado ser celestial, se encarga de la vigilia de cada una de las naciones de la Tierra. Ese Ángel es el sentido histórico de la nación particular, destino fuera del tiempo y del espacio, pero constantemente presente en las vicisitudes históricas de la nación. El Ángel de la nación no es algo vago o sentimental, nebuloso, sino una esencia intelectual luminosa, un “pensamiento de Dios, como dice Herder. Su estructura es visible en las realizaciones históricas de la nación, en las instituciones sociales y religiosas que la caracterizan, en su cultura. Toda la trama de la historia nacional no es otra cosa que el texto de la narración de la cualidad y de la forma de aquel luminoso Ángel nacional. En las sociedades tradicionales el Ángel de la nación se manifiesta de forma personal en la “Re Divini”, en los grandes héroes, en los sabios y en los santos, aun cuando su realidad sobrehumana lo hace independiente de su portador humano. Por lo tanto, una vez caídas las dinastías monárquicas, puede encarnarse en una forma colectiva, en un orden, en una clase, en un partido.

Así, la nación, entendida como categoría metafísica, no se identifica con la multitud de los individuos concretos con la misma sangre o que hablan la misma lengua, sino con la misteriosa entidad angélica que se manifiesta a lo largo de todo su recorrido histórico. Es el análogo de la Idea Absoluta de Hegel, pero en forma minúscula. El intelecto nacional se desprende de la multitud de sus individuos y de nuevo se concreta –en su aspecto consciente, “cumplido”- en la élite nacional en el curso de determinados períodos escatológicos de la historia.

Estamos en un punto muy importante: estas dos interpretaciones de la “nación”, ambas aceptables para la ideología nacional-bolchevique, tienen una tierra común, un punto mágico en la cual ambas se fundamentan. Se trata de Rusia y de su misión histórica. Es significativo que en el nacional-bolchevismo alemán la “rusofilia” desempeñó el papel de piedra angular sobre la cual erigir su visión política, social y económica. La interpretación rusa (y en gran medida soviética) de la “nación rusa” como comunidad mística abierta, destinada a portar la luz de la salvación y de la verdad al mundo entero en la época del fin de los tiempos; en esta visión se funden tanto la concepción gran-continental como la histórico-cultural de la nación. En esta perspectiva, el nacionalismo ruso y soviético deviene el fulcro ideológico del nacional-bolchevismo, no sólo en los confines de Rusia y de la Europa Oriental, sino a nivel planetario. El Ángel de Rusia se desvela cual Ángel de la integración, como ser luminoso particular que busca unir teológicamente las otras esencias angélicas en el interior de sí, sin cancelar la individualidad de cada uno, pero elevándolos a la escala imperial universal. No es un hecho accidental que Erich Mueller, discípulo y colaborador de Ernst Niekisch, había escrito en su libro titulado “Nacional-Bolchevismo”: “Si el Primer Reich fue católico, y el Segundo Reich protestante, el Tercer Reich deberá ser ortodoxo, ortodoxo y soviético”.

En el caso específico estamos frente a una cuestión en extremo interesante. Si los ángeles de las naciones son individualidades diferentes, los destinos de las naciones en el curso de la historia, y sus correspondientes instituciones sociales, políticas y religiosas reflejan la formación de las fuerzas del mismo mundo angélico. Y lo que es más fascinante: esta idea, absolutamente teológica, y brillantemente confirmada por el análisis geopolítico, demuestra la interrelación entre las condiciones de existencia geográficas, territoriales, de las naciones, y su cultura, psicología, e incluso sus inclinaciones sociales y políticas. Así toma gradual explicación el dualismo entre Oriente y Occidente, e incluso el dualismo étnico: la tierra, la Rusia “ideocrática” (el mundo eslavo más las otras etnias euroasiáticas) contra la isla, el Occidente plutocrático anglosajón. El orden angelical de Eurasia contra la armada atlántica del capitalismo. La verdadera naturaleza del “Ángel” del capitalismo (que según la Tradición tiene el nombre de Mammón) no es difícil de adivinar.

EL TRADICIONALISMO O EVOLA VISTO DESDE LA IZQUIERDA

Cuando Karl Popper “desenmascara” a “los enemigos de la sociedad abierta”, hace un uso constante del término “irracionalismo”. Y es lógico, porque la misma “sociedad abierta” se basa en la regla del sentido común y sobre los postulados de la “conciencia ordinaria”. De principio, los autores más abiertamente antiliberales tienden a justificarse y a objetar de frente la acusación de “irracionalismo”. Los nacional-bolcheviques aceptan conscientemente el esquema de Popper, aceptando esta acusación, aun cuando expresando una valoración del todo opuesta. Las motivaciones principales de los “enemigos de la sociedad abierta” y de sus más acérrimos y coherentes adversarios, los nacional-bolcheviques, no nacen en los solares del racionalismo. En la presente cuestión nos es imprescindible la obra de los escritores tradicionalistas, y en primer lugar de René Guènon y Julius Evola.

Tanto en la obra de Guènon como en la de Evola se expone al detalle la mecánica del proceso cíclico, en el cual la corrupción del elemento tierra (y de la correspondiente conciencia humana), la desacralización de la civilización y el moderno “racionalismo” con todas sus lógicas consecuencias, son considerados como una de las fases de la degeneración. Lo irracional no es interpretado por los tradicionalistas como una categoría negativa o peyorativa, sino como una gigantesca esfera de la realidad, imposible de estudio con los solos métodos del análisis y del sentido común. Por lo tanto, sobre este tema la doctrina tradicional no desafía las sagaces conclusiones del liberal Popper, sino que concuerda con él, pero apuntando en la dirección opuesta. La Tradición se fundamenta en el conocimiento supra-intelectual, sobre el ritual iniciático que provoca la fractura de la consciencia, sobre las doctrinas expresadas en símbolos. El intelecto discursivo tiene un valor tan solo auxiliar, y no reviste ningún significado decisivo. El centro de gravedad de la Tradición se coloca dentro de una esfera no sólo no racional, sino incluso no-humana; y no se trata de la bondad de la intuición, de la previsión o de los presupuestos, sino de la confianza de la particular experiencia iniciática.

Lo irracional, desenmascarado por Popper como punto central de la doctrina de los “enemigos de la sociedad abierta”, es en verdad el eje de lo Sacro, el núcleo y fundamento de la Tradición. Estando así las cosas, las diversas ideologías antilibrales –incluidas las ideologías revolucionarias “de izquierda”- deben tener una relación con la Tradición.

Ahora bien, si esto aparece obvio en el caso de las ideologías de “extrema derecha”, hiperconservadoras, es un asunto problemático en el caso de las ideologías de “izquierda”. Ya hemos tocado la cuestión tratando del concepto de “bolchevismo”. Pero aquí nos topamos con otra cuestión: las ideologías revolucionarias antiliberales, especialmente el comunismo, el anarquismo y el socialismo revolucionario, pregonan la radical destrucción no sólo de las relaciones capitalistas, sino también de las instituciones tradicionales (monarquía, iglesia, organizaciones religiosas…) ¿Cómo combinar este aspecto del antiliberalismo con el tradicionalismo? Es significativo que el mismo Evola (y en cierta medida Guénon, si bien esto no puede ser afirmado sin duda, en cuanto que su comportamiento en las confrontaciones de la “izquierda” no fue nunca explícito) negó cualquier carácter tradicional a las doctrinas revolucionarias, considerándolas como la máxima expresión del espíritu contemporáneo, de la degradación y de la decadencia, aun cuando la vivencia personal de Evola tuvo períodos –especialmente los primeros y los últimos- durante los cuales manifestó puntos de vista nihilistas, anarquistas, teniendo como única respuesta positiva el “cabalgar el tigre”, que vale decir hacer causa común con las fuerzas del declive y del caos, con el fin de sobrepasar el punto crítico de la “decadencia de Occidente”. Pero aquí no nos ocuparemos de la experiencia histórica de Evola en cuanto figura política. En su lugar importa resaltar cómo en sus escritos políticos –también incluso en su período intermedio, de máximo conservadurismo- viene acentuada la necesidad de hacer apelación a cualquier tradición esotérica, el caso de que, en general, no se encontraba del todo en línea con los modelos monárquicos y clericales predominantes entre los conservadores europeos que con él tuvieron contactos políticos. No se trata solamente de su anti-cristianismo, sino de su marcado interés por la tradición tántrica y por el budismo, que en el contexto del tradicional conservadurismo hinduísta son considerados heterodoxos y subversivos. Por otro lado son absolutamente escandalosas las simpatías de Evola por personajes como Giuliano Kremmerz, Maria Naglovska y Aleister Crowley, que fueron situados por Guénon entre los representantes de la “contra-tradición”, entre las tendencias negativas y destructoras del esoterismo.

Así, si Evola se reclama constantemente en la “ortodoxia tradicional” y critica violentamente las doctrinas subversivas de la izquierda, al mismo tiempo hizo apelación a una heterodoxia evidente. Hecho significativo fue el reconocerse entre los seguidores de la “Vía de la mano izquierda”. Y aquí llegamos a un punto específicamente conectado con la metafísica del nacional-bolchevismo. En efecto, vemos como se combinan paradójicamente no sólo dos tendencias políticas antagónicas (“derecha” e “izquierda”), no sólo dos sistemas filosóficos de los cuales el uno es a primera vista la negación del otro (idealismo y materialismo), sino incluso dos tendencias en el seno mismo de la Tradición, la positiva (ortodoxa) y la negativa (subversiva). En el caso específico, Evola es un autor significativo, donde se observa una cierta discrepancia entre su doctrina metafísica y sus convicciones políticas, basadas –según nuestra opinión- en ciertos prejuicios reacios a morir, típicos de los círculos políticos de la extrema derecha “mitteleuropea” contemporánea.

En aquel espléndido libro sobre el tantrismo que es “Lo Yoga della potenza” (5), Evola describe la estructura iniciática de las organizaciones tántricas (kaula) y su jerarquía típica (6). Esta jerarquía se muestra verticalmente en la postura hacia la misma jerarquía sacra, característica de la sociedad hindú. El ritual tántrico (como la misma doctrina budista) y la participación en sus iniciaciones traumáticas comportan en cierta medida la cancelación de todas las estructuras políticas y sociales ordinarias, asegurando que “quien recorre el camino corto no necesita de apoyos externos”. Para los fines tántricos no tiene ninguna importancia ser un brahaman o un chandala (representante de las castas inferiores). Todo depende del cumplir las complejas operaciones iniciáticas y de la autoridad de la experiencia trascendente. El tantra es una especie de “sacralidad de izquierdas”, fundada sobre la convicción de la insuficiencia, de la degeneración y del carácter alienado de las instituciones sacras ordinarias. En otros términos, el esoterismo “de izquierdas” se opone al esoterismo “de derechas” no en cuanto que sea la negación, sino a causa de una particular afirmación paradójica versada sobre el carácter auténtico de la experiencia y sobre el carácter concreto de la auto-transformación. Es evidente que nos encontramos de frente con esta realidad del esoterismo “de izquierdas” en el caso de Evola y de aquellos místicos que están en el origen de las ideologías socialistas y comunistas. La critica destructiva evoliana hacia la Iglesia no es una mera negación de la religión, sino una particular forma estática del espíritu religioso que insiste sobre la naturaleza absoluta y concreta de la auto-transformación “aquí y ahora”. El fenómeno de los “viejos creyentes” (7), las autoinmolaciones de los “kristis”, pertenencen a la misma especie. El mismo Guènon, en un artículo titulado “El quinto Veda”, dedicado al tantrismo, escribe que en determinados períodos cíclicos, próximos al fin del Kali-Yuga, las instituciones tradicionales pierden su fuerza vital, y por lo tanto la auto-realización metafísica debe tomar métodos y vías nuevas, no ortodoxas; este es el motivo de que sólo existiendo cuatro Vedas, la doctrina tántrica sea llamada “el quinto Veda”.

En otras palabras, a medida que las instituciones tradicionales conservadoras decaen (es el caso de la monarquía, de la iglesia, de las instituciones sociales, de las castas, etc.), siempre asumen un rol de primer grado aquellas particulares prácticas iniciáticas, arriesgadas y peligrosas, vinculadas a la “Vía de la mano izquierda”. El tradicionalismo típico del nacional-bolchevismo, en su significado más general es el “esoterismo de izquierdas”, que copia en su sustancia los principios del “kaula” tántrico y la doctrina de la “trascendencia destructiva”. El racionalismo y el humanismo de estampa individualista han golpeado de muerte a aquellas instituciones del mundo contemporáneo que nominalmente se reclaman “sacras”. El restablecimiento de la Tradición en sus proporciones reales según la vía del gradual mejoramiento de las condiciones existentes, es imposible. Además, toda apelación a la evolución y a la gradualidad no conduce sino a la expansión del liberalismo. En consecuencia, la lección de Evola para los nacional-bolcheviques consiste en acentuar aquellos elementos directamente conectados a las doctrinas “de la mano izquierda”, a la realización espiritual traumática en la concreta esperanza de transformación y revolución de aquellos usos y costumbres que han perdido toda justificación de orden sagrado.

Los nacional-bolcheviques entienden lo “irracional” no simplemente como “no-racional”, sino como “activa y agresiva destrucción de lo racional”, como lucha contra la “conciencia cotidiana” (y contra el “comportamiento cotidiano”), como inmersión en el elemento de la “nueva vida”, aquella particular existencia mágica del “hombre diferenciado” que ha rechazado toda prohibición y norma exterior.

TERCERA ROMA, TERCER REICH, TERCERA INTERNACIONAL

Dos solas variantes teóricas de los “enemigos de la sociedad abierta” fueron capaces de vencer temporalmente al liberalismo: el comunismo ruso (y chino y los fascismos europeos. Entre estos dos extremos se colocaron los nacional-bolcheviques, exponentes de una ocasión histórica única que no vio la luz, sutil formación de políticos clarividentes, constreñidos a actuar en los márgenes del fascismo y del comunismo, condenados a asistir al fracaso de sus esfuerzos ideológicos y políticos a favor de una integración.

En el nacional-socialismo alemán prevaleció la nefasta y quebrada línea católico-baviera de Hitler; en cuanto a los soviéticos, refutaron obstinadamente proclamar las motivaciones místicas inherentes a su ideología, desangrando espiritualmente y castrando intelectualmente al bolchevismo.

El primero en caer fue el fascismo, después llegó el turno de la última ciudadela antiliberal: la U.R.S.S. A primera vista, el año 1991 señala la clausura del encuentro geopolítico con Mammón, el Ángel cosmopolita del capitalismo. Pero, contemporáneamente, deviene clara como el Sol no sólo la verdad metafísica del nacional-bolchevismo, sino también la absoluta justicia histórica de sus primeros representantes. Solamente el discurso político de los años 20 y 30 del siglo XX que había conservado su actualidad se encontraba en los textos de los euroasiáticos rusos y de los revolucionarios-conservadores “de izquierda” alemanes. El nacional-bolchevismo es el último asilo de los “enemigos de la sociedad abierta”, al menos que estos no quieran persistir en sus doctrinas superadas, históricamente inadecuadas y totalmente ineficaces.

Si la extrema izquierda rechaza ser el apéndice vanal y oportunista de la socialdemocracia, si la extrema derecha no quiere ser usada como terreno de reclutamiento, como fracción extremista del aparato represivo del sistema liberal, si los hombres que poseen sentimientos religiosos no encuentran satisfacción en los miserables sucedáneos moralistas ofertados por sacerdotes de cultos imbéciles o en un pseudoespiritualismo primitivo, entonces sólo les resta una vía: el nacional-bolchevismo.

Al otro lado de la “derecha” y de la “izquierda”, hay una sola e indivisible Revolución, aquella que se contiene en la tríada dialéctica: “Tercera Roma – Tercer Reich – Tercera Internacional”.

El reino del nacional-bolchevismo, el “Regnum”, el Imperio del Fin; he aquí el cumplimiento perfecto de la más grande Revolución de la historia, al mismo tiempo continental y universal. Hablamos del retorno de los ángeles, la resurrección de los héroes, la insurrección de los corazones contra la dictadura de la razón. Esta Última Revolución es tarea del acéfalo, el portador sin cabeza de cruz, hoz y martillo, coronado por el sol de la esvástica eterna.

NOTAS

(1) Durante los últimos años del régimen soviético, el término “nacional-bolcheviques” hacía referencia a algunos círculos conservadores del P.C.U.S., los denominados “estatalistas”, y en esta acepción la expresión asume un significado peyorativo. Pero estos “nacional-bolcheviques” tardosoviéticos, en primer lugar, no se reconocen en este nombre, y en segundo lugar no formularon de modo coherente sus puntos de vista, ni siquiera en una ideología aproximativa. Naturalmente, estos “nacional-bolcheviques” estaban en cierto modo ligados a la línea política de los años 20 y 30 del siglo XX, pero esta conexión se basaba más que nada en la inercia, y no era racionalmente reconocida.

(2) Si las primeras tres nociones (“materialismo objetivo” o simplemente “materialismo”, “idealismo objetivo” e “idealismo subjetivo”), son de uso corriente, el término “materialismo subjetivo” requiere ulteriores explicaciones. “Materialismo subjetivo” es la ideología –típica de la sociedad de consumo- según la cual la satisfacción de las necesidades individuales de naturaleza material y física es la primera motivación de la acción. Sobre esta base, la realidad no consiste en las estructuras de la conciencia individual como en el idealismo subjetivo), sino en el conjunto de las sensaciones individuales, en las emociones de rango más bajo, en los miedos y en los placeres, en los estratos inferiores de la psique humana, conectados con las funciones corporales y vegetativas. A nivel filosófico se corresponde al sensismo y al pragmatismo así como a algunas corrientes psicológicas, como el freudismo. Por otra parte, todas las tentativas de revisionismo político en el seno del movimiento comunista, del maquinismo al bernsteinismo, se acompañaron sobre el plano filosófico con la tendencia subjetivista y a varias versiones del “materialismo subjetivo”, cuya extrema manifestación quizás sea el freudo-marxismo.

(3) En el lado opuesto se tiene el proceso inverso: revisionistas kantianos en las filas de la socialdemocracia, liberales de izquierda, progresistas que revelaron su proximidad a los conservadores de derecha que reconocían los valores del mercado, del libre cambio y de los derechos humanos.

(4) La desastrosa victoria de la línea hitleriana, austro-bávara y eslavófoba, fue proféticamente reconocida por Niekisch, en 1932, tal como lo declara en el libro “Hitler, una fatalidad alemana”. Es sorprendente como Niekisch predijo todas las trágicas consecuencias de la victoria de Hitler para Rusia, Alemania y la idea de Tercera Posición.

(5) Traducido y publicado en España con el nombre de “El Yoga Tántrico”, cuando el autor rechazó él mismo este nombre para su obra (N del T).

(6) Es significativo que la descripción de las sectas tántricas recuerda de modo sorprendente las tendencias escatológicas europeas, la secta de los “raskolniki” (cismáticos) rusos, los “kristis” y… las organizaciones revolucionarias.

(7) Los “viejos creyentes” rusos constituyen una secta cismática de la iglesia ortodoxa que se remonta a los tiempos del Ducado de Moscú. Durante una época fue la fe abrazada por la mayoría de los cosacos.

Los “kristis” son una secta cuyos ritos se fundamentan en bailes extáticos y frecuentemente orgiásticos y en varios modos de flagelación y mutilación. A esta secta pertenecía Rasputín (N del T).

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