sábado, 20 de diciembre de 2014

COMUNISTAS EN LA FALANGE



Óscar Pérez Solís, fundador del Partido en España; Enrique Matorras, que fue Secretario de las Juventudes Comunistas, Juan Orellana, líder de los sindicatos del PCE, en Sevilla y cabeza de lista en las elecciones parlamentarias, Manuel Mateo, que fue secretario de organización de los comunistas madrileños. Estos y muchos más se podrían contar.

¿Cómo y porqué estas gentes pudieron cambiar? Pérez Solís, en un libro titulado “Memorias de mi amigo Óscar Perea”, cuenta su vida, su peripecia personal. Gracias a él, se sabe que nació el 21 de agosto de 1882, en Bello (Asturias). Según la certificación del registro civil, falleció el 27 de octubre de 1951, de Parkinson, a los 69 años de edad. Sus padres fueron: Nemesio Pérez, teniente de Infantería de Marina y Clotilde Solís, de familia aristocrática.

“Aunque nacido en Asturias y asturiano por todos los lados de la familia, pasé -contaba en su libro- casi toda mi niñez y parte de la adolescencia en Gali cia y el sentimental carácter gallego dejó huellas indelebles en mí”.

Cierto día, 1 de mayo, en Ferrol, vio salir del Centro Obrero, en la Plaza de Las Angustias, “muchos hombres, como si fueran de procesión. Llevaban pendones rojos y entonaban unos cánticos que, a veces, parecían como de Iglesia, y otras veces, hacían pensar que aquella gente estaba muy incomodada... Cuando lo supe, acabe por ir cantando en procesiones como la que tanto me había impresionado en mi niñez”.

Con el tiempo, ingresó en la Academia de Artillería de Segovia, por deseo paterno, y terminó destinado en el destacamento de la Isleta, en las Palmas de Gran Canaria. Allí tuvo a sus órdenes a un muchacho andaluz, Juan Salvador, obrero tornero, del que pudo escuchar las primeras ideas de justicia social. Tras un tiempo de meditaciones, con la lectura de “El Capital” de Carlos Marx, llegó a la conclusión de que lo suyo era ser socialista.

Cuando le destinaron a la guarnición militar de Valladolid, “ya tenía noticias –cuenta en su libro- de socialistas eminentes que, por su propio esfuerzo, habían llegado desde la humilde posición de trabajadores manuales a la de pensadores, oídos y respetados. Por ejemplo, Bebel, uno de los más famosos jefes del socialismo alemán. Y, sin salir de España -proseguía Pérez Solís- ¿no había un Pablo Iglesias? Y, en un plano de menor notoriedad, era innegable que el socialismo español contaba, en sus filas, con hombres salidos del taller, que, si no podían ser tenidos por unos intelectuales -ni ellos lo pretendían-, daban muestras de poseer una regular cultura que para sí la quisieran gentes de más estudios”.

Al cabo de pocos meses -sigue diciendo Óscar Pérez- en abril de 1910. Pedí el ingreso, que fue con el seudónimo de “Juan Salvador”, en la Agrupación Socialista de Valladolid. Tenía entonces 27 años, me faltaba poco para ser capitán de Artillería y tenía un brillante porvenir... “Desde mi ingreso en la Agrupación Socialista -prosigue su narración- había ido acentuándose mi despego de las obligaciones militares. Seguro de que no tardaría en abandonarlas para siempre...”. Y así fue, gracias a una petición de baja por enfermedad.

Entregado, entonces, a la militancia social, re corrió media España, conoció y compartió las luchas de los trabajadores. Trato en Bilbao a Perezagua y a Prieto, a Fernández Ladreda en Cartagena, a Remigio Cabello en Valladolid y Nin en Barcelona. Este era el hombre que acabó “por abrir acceso en mi espíritu a la idea de que el socialismo no era aquella pálida democracia social, tan teñida de liberalismo pequeño-burgués, que yo venía defendiendo, sino la viscosa y rotunda fórmula revolucionaria del bolchevismo”.

En un libro de Carlos Llorens Castillo, publica do en 1982 y dedicado “A todos los comunistas que dieron la vida en su lucha por el socialismo”, se encuentra que Óscar Pérez Solís, en un Congreso del PSOE, apoyó: “la adhesión socialista a la comunista” y “al escindirse del Partido un grupo de socialistas... y formar el Partido Comunista Obrero, es elegido miembro de la Dirección del nuevo Partido, al que perteneció hasta 1926, en que lo abandona y se convierte al catolicismo, por influencia del Padre Gafo”. Aquella participación de Pérez Solís en la gestación y desarrollo del Partido Comunista fue muy destacada.

En el libro “Escritores y Artistas Asturianos”, Constantino Suárez decía el año 1957: “Al producirse, en 1921, la escisión en el Partido Socialista por los partidarios de la Tercera Internacional, Pérez Solís fue de los que tomaron este rumbo y figuró entre los principales fundadores del Partido Comunista Español”. Al servicio de esta nueva fuerza marxista, dirigió en Bilbao el periódico “La Bandera Roja” y envió colaboraciones al órgano central de la nueva fuerza: “La Antorcha” y a “L’Humanité”, de París.

El orador tampoco se daba reposo en la difusión de su nuevo credo, “riñó batallas contra sus ex-correligionarios y contra la fuerza pública. Herido de dos balazos, una vez, pasó entre el hospital y la cárcel una buena temporada...”. En julio de 1923 fue elegido Secretario General del PCE. En 1924, durante una breve permanencia en la URSS, le nombraron miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. A su regreso a España, por Barcelona, fue detenido y permaneció encarcelado, algún tiempo, en esa ciudad.
A este comunista destacado, que terminó militando en Falange Española de las JONS, Manuel Hedilla le encargó, en los primeros tiempos de la guerra, la reorganización de la Central Obrera junto con Narciso Perales Herrero, palma de plata falangista.

Cuando Hedilla es encarcelado y condenado a muerte, como jefe nacional de la Falange, Pérez Solís se apartó, sigilosamente de la vida política y murió, soltero, como capitán retirado, en el Hospital Militar del Paseo de Zorrilla, en Valladolid, sin renunciar a su camisa azul.

El 24 de agosto de 2007, el periódico “ABC”, en su muy leída sección de esquelas mortuorias, publicó, por encargo de Falange Española de las JONS, una en el recuerdo del asesinato “por las milicias socialistas”, de Julio Ruíz de Alda, Fernando Primo de Rivera y Enrique Matorras. Para muchos, eran conocidos los dos primeros, pero el tercero, que les acompañaba, no.

Y Enrique Matorras había sido Secretario Nacional de las Juventudes Comunistas, que abandonó, en plena República, para militar en la Falange. El día 15 de abril de 1953, el periódico socialista “Claridad” publicó, en Madrid, una noticia con el título: “El fascista Matorras no fue Secretario del Partido Comunista”. Pero, al día siguiente, rectificó en estos términos: “En nuestro número de ayer, por falta material de tiempo para controlar una información, que fue su ministrada a los periódicos en la Dirección General de Seguridad, se decía que uno de los detenidos por haber comprobado que preparaban un atentado, contra elementos socialistas destacados, era el llamado Matorras, que había ocupado el cargo de Secretario del Comité Central del Partido Comunista de España. Es incierto, -añadía el periódico socialista- Matorras no perteneció siquiera al Partido. Estuvo afiliado y figuró como elemento técnico de las Juventudes Comunistas de Madrid. Nada más. Y fue eliminado en cuanto se conoció su catadura moral” Otro detalle - proseguía “Claridad” -, hemos podido comprobar que tiene relación con el atentado contra el señor Ortega y Gasset (hermano del filósofo). Ribagorda, el que envió a su propio hijo para que entregara, en casa del abogado del Socorro Rojo, una cesta que contenía una bomba, es como Matorras, fascista.

Lo que no decían es que Ribagorda era un veterano sindicalista de la CNT, que se paso a las JONS y luego a la Falange, donde permaneció, junto con Nicasio Álvarez de Sotomayor. Pero el propio Matorras aclara y confirma, en su libro “Los intelectuales tornan a Cristo”, que fue “Secretario General del Comité Central de las Juventudes Comunistas de España”.

En septiembre de 1932, se renovó el Secretariado de la Juventud, con Olmos, Arévalo, Medina, Lafora y Matorras. Su entrada oficial en el Partido Comunista -lo cuenta en su libro “El comunismo en España”, publicado en 1935- tuvo lugar en diciembre de 1930. Después de haber sido, por muy pocos días, miembro de una “célula”, fui nombrado por la Dirección Superior de Madrid, miembro del Comité Madrileño de la Juventud Comunista, En abril de 1931 se proclamó la República y muy pronto salió a la luz el órgano de la “Juventud Roja”. Yo fui nombrado redactor y adminis trador al mismo tiempo que desarrollaba una gran actividad al frente del Comité madrileño... “Por entonces, enfermó Etelvino Vega, Secretario del Comité Central de la Juventud Comunista. Para evitar su prisión y aún para curarlo de su enfermedad, fue enviado a Rusia, a un Sanatorio. Fue entonces cuando se me nombró Secretario General”.

Desde allí, fue testigo de comportamientos que estaban muy lejos de la militancia de base. En su libro cuenta: "La vida privada de los funcionarios y enviados de la Internacional, es decir: las clases más altas del comunismo, me empezaron a decepcionar. Con mis propios ojos pude, ahora, comprobar que les interesaba muy poco la libertad de los obreros y los derechos del Proletariado. Les interesaba solo en cuanto ello pudiera rendir en su propio provecho..-"

“Mi alma joven e inquieta anhelaba algo más elevado. Estaba cargado de ansias por realizar algo noble, por luchar a favor de un alto ideal. Y así comenzó en mi alma una crisis moral que me arrastró, claramente, a un estado de total desesperación”.

Estaba casado, por lo civil, con una mujer comunista, hija de un destacado dirigente del Partido y, cierto día: “Compré una Biblia y la comencé a leer. Pronto descubrí, entre los varios trozos del Evangelio, algunos pasajes sobre la justicia social. Los leí con sorpresa y, cuanto más avanzaba, descubría horizontes que me eran totalmente desconocidos, hasta entonces. Seguí leyendo y llegué a ver claro que, tal vez, la religión católica podría resolver mis cuestiones”.

Acudió a la parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel, en la glorieta de Iglesia, en Madrid y le acogieron. Terminó, con su mujer, bautizándose y casándose allí. Al final, se afilió a la Falange y realizó una gran labor entre la juventud, desde luego no para poner bombas como decía “Claridad”. Fue asesinado, el 24 de agosto de 1936, en la matanza colectiva de presos políticos en la cárcel modelo de Madrid.

Pero no solo estos ex-militantes comunistas entraron en la Falange de José Antonio Primo de Rivera, en los años que precedieron a la Guerra Civil, José Guerrero Fuensalida también lo fue. Estudiaba Derecho en la Universidad de Granada y, con letra de Juan Aparicio López, también de origen comunista, le puso música al himno de las JONS.

Carlos Ribas, que fue redactor de la agencia de prensa “Pyresa” y editorialista del diario “Arriba”, había sido enviado por el PCE a Moscú para ampliar su formación, pero aquello no le gustó y terminó de falangista.

Precisamente, fue Carlos quien -según me contó- avaló, ante José Antonio, el ingreso, en la Falange de Manuel Mateo, otro de los más destacados militantes del PCE. Y Juanito Orellana, camarero en un bar de Sevilla, cabeza de lista del Partido Comunista en las elecciones parlamentarias, líder de los sindicatos que tenían en la capital andaluza.

Llegó un momento en que, como Matorras, vio que aquello no era lo suyo, que estaban utilizando su prestigio de trabajador, para fines que no eran los que él pretendía”. Tuvo la suerte de encontrarse con mi amigo Narciso, Narciso Perales Herrero, estudiante de medicina que me lo contó: “En marzo de 1935 se me acercó. Vestía chaquetilla blanca de camarero y me dijo: “Quiero hablar contigo” ¿Tu eres Perales?”.

Quedaron en verse nuevamente en el café Pico del Diamante y Juan le explicó su desilusión de los comunistas que, a pesar de los servicios prestados, le habían hecho toda clase de perrerías. Entonces, Narciso le explicó lo que era la Falange, en la que él se jugaba la vida, pensando en hacer la Revolución.

Concertaron otra cita, pero no fue posible porque habían detenido y encarcelado al falangista. Buscó, entonces, otros contactos y se afilió. Con él llegaron más compañeros, entre ellos Corpas, que era su brazo derecho en el Sindicato. A Corpas y a Juan los asesinaron sus antiguos compañeros del PCE.


Extraído de La Falange que quiso ser de los rojos y de las JONS, de José María San Román.

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