viernes, 5 de julio de 2013

SANTIAGO MONTERO DÍAZ, ENTRE LA NACIÓN Y LA REVOLUCIÓN

Por Francisco J. Álvarez de Paz


Recientemente se ha publicado, por la editorial Comares, bajo el título de “La sombra del César. Santiago Montero Díaz, una biografía entre la nación y la revolución”, el trabajo del catedrático de la Universidad de Santiago, Xosé M. Núñez Seixas, que disecciona la trayectoria personal y política, sin olvidar su faceta de historiador, de Santiago Montero Díaz (El Ferrol, 1911-Madrid, 1985), controvertido personaje, que transitó del galleguismo de izquierdas, socialista y comunista, al nacionalsindicalismo de Ledesma Ramos y al fascismo de izquierdas, para acabar apoyando, si bien al margen de cualquier disciplina política, la rebelión estudiantil contra el franquismo, en febrero de 1965, cuando ocupaba la cátedra de historia antigua en la Complutense madrileña, prosiguiendo su actuación como francotirador contra los blancos que señalaba su espíritu de independencia y rebeldía.

El profesor Núñez Seixas ha fundamentado su biografía en un amplio repertorio de fuentes, que van desde los fondos documentales, que se contienen en la Real Academia de la Historia, Archivo de la familia Montero Díaz, pasando por los Archivos de las universidades Complutense de Madrid, Valencia, Murcia y Santiago de Compostela, así como el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, el Archivo Histórico del Partido Comunista de España, e incluyendo los archivos militares del Ferrol (Archivo Intermedio Militar Noroeste) y el Archivo Militar alemán de Friburgo, a lo que se une un profundo examen de la prensa de la época, incluyendo las publicaciones galleguistas, sin olvidar los órganos de expresión nacionalsindicalistas y, singularmente, el único número del periódico “Unidad”, que bajo el lema “España, Una, Grande y Libre”, apareció en Santiago en diciembre de 1933, como ariete contra el Estatuto Gallego y que será redactado en su integridad por el propio Montero.

Santiago Montero Díaz, que viene al mundo en la ciudad de Ferrol el 21 de enero de 1911, emigrando al poco tiempo con su familia a Cuba y regresando a su Galicia natal en 1922, inicia hacia 1926 su actuación política en “la apasionada defensa de la identidad gallega como una región que debía aportar sus glorias a España y salir de su abatimiento económico y su letargo social”, en certera expresión del profesor Núñez Seixas. Su iniciación política no presenta, en este aspecto, diferencias con la flor y nata de la intelectualidad del jonsismo y el falangismo galaico, a los que yo he denominado, humorísticamente, “jonsistas y falangistas, no de la Reina Católica, sino de la Beltraneja”, pues a todos estos hombres les unió el común denominador de haber militado –y generalmente seguirán proclamándolo hasta el fin de sus días–, en el galleguismo cultural e incluso en el político. Aquí vienen al recuerdo, entre otros, los nombres de los firmantes del manifiesto de “La Conquista del Estado”, Manuel Souto Vilas, Ramón Iglesias Parga (que terminará de exiliado de la zona roja) o Alejandro Raimundez (en la posguerra conductor de un programa de cultura gallega desde la BBC); el pionero de la aviación militar Francisco Iglesias Brage, que junto a Julio Ruiz de Alda firmará su adhesión al periódico “La Conquista del Estado”; el escritor y profesor universitario jonsista José María Castroviejo; el notario Luis Moure Mariño (asiduo colaborador del periódico vallisoletano “Libertad”); el periodista falangista Eugenio Montes, protagonista destacado de lo que se ha dado en llamar “la corte literaria de José Antonio”, así como los Gonzalo Torrente Ballester y Álvaro Cunqueiro, incorporados más tarde a Falange Española de las JONS. Para explicar esta transición del galleguismo al jonsismo y al falangismo, creo que debe tenerse en cuenta que, generalmente, salvando ciertas derivaciones como el actual Bloque Nacionalista Gallego, el nacionalismo gallego, de raíz federalista, frente al catalán y el vasco, no tuvo un sesgo antiespañol, sino anticastellano, lo que se condensará en la famosa consigna, que Castelao recogerá en su obra “Siempre en Galicia”: “Queremos seguir siendo españoles, siempre que no se nos obligue a ser castellanos”.

Es sobradamente conocida la carta de Santiago Montero Díaz, publicada en “La Conquista del Estado” el 27 de junio de 1931, polemizando con Ledesma Ramos, desde un posicionamiento, según confesión del propio Montero, “de simpatizante comunista” (antes había abandonado el Partido Socialista por falta de espíritu revolucionario y poco después se afiliará formalmente al Partido Comunista de España), advirtiendo el fundador de las JONS, y así lo proclamará posteriormente en “¿Fascismo en España?”, que aquella carta denotaba, lo que en realidad era Montero: “un patriota revolucionario, un subversivo contra el desorden nacional y la poquedad española, es decir, un nacionalsindicalista”. Lo que determina, sin embargo, la incorporación de Montero Díaz al jonsismo, son sus intervenciones como miembro de la Comisión redactora del Anteproyecto de Estatuto de Autonomía de Galicia, cargo para el que es designado en el verano de 1932, en condición de representante de la universidad de Santiago, en la que ocupaba el puesto de bibliotecario, habiendo obtenido la licenciatura en historia y cursando estudios de doctorado, comisión de la que formaba parte, entre otros, el conservador Enrique Rajoy Leloup, abuelo del actual presidente del Gobierno. Montero Díaz, gran defensor del idioma gallego popular, que contrapone al pedante, de laboratorio, que se trata de construir, trata de imprimir al texto estatutario “un tono unitario, nacional, trasunto de mi concepción comarcal de España”, enfrentándose con el resto de los representantes de la comisión, considerando que la federación de repúblicas hispánicas no puede ser edificada “por nacionalismos reaccionarios, clericales y burgueses”, sosteniendo siempre, junto a la defensa del idioma castellano, la asunción por el Estado central de todas las competencias en materia educativa”. Núñez Seixas hace referencia especial a la conferencia sobre el Estatuto Gallego que Montero Díaz imparte el 10 de diciembre de 1932, en el paraninfo de la universidad compostelana, con un rotundo pronunciamiento en el que aflora, en realidad, su concepción del nacionalsindicalismo, que impulsará su ingreso en las JONS, organización desde la que buscará la incorporación de la militancia anarcosindicalista gallega: “Es necesario, dentro de la República y como culminación de su obra, verificar el gran movimiento español fruto de minorías jóvenes y llenas de coraje, que de una manera revolucionaria culmine la trayectoria comenzada con la derrocación de la plaga borbónica”.

De gran interés en la obra que comentamos, es la investigación del período –de febrero a junio de 1933– que Santiago Montero Díaz, ya por entonces en la órbita jonsista, pasa en la universidad de Humboldt, en Alemania –según sus palabras “procuré marcharme cuanto antes, porque me aburría mortalmente aquella gente”– al objeto de ampliar estudios, y las conferencias que imparte a su regreso a España, en ateneos obreros de Gijón y la cuenca minera asturiana, de las que se hizo eco la prensa local, donde pone de manifiesto su posición crítica frente al nacionalsocialismo, en línea con lo argumentado en su opúsculo “Fascismo”, que había publicado en 1932 en Valencia –aún militaba en el Partido Comunista– cuando calificaba a Hitler de “demagogo sin el genio de Mussolini”, pues para Montero, si bien definía el fascismo italiano como “instrumento del capitalismo en momentos de crisis”, reconocía que en sus inicios había representado una “escisión nacionalista del socialismo revolucionario italiano” y tiempo después profundizará en su admiración por Mussolini, de conformidad con su interpretación historicista, encuadrándolo entre los forjadores de historia.

Núñez Seixas hace una incursión, aquí aportando algún dato novedoso, de la etapa por la que atraviesa Montero Díaz, hasta la guerra civil, tras su negativa a la fusión con Falange Española, alegando “la esencia derechista” de esta fuerza política, argumento utilizado también por otros jonsistas, de los que terminarán integrándose en la nueva organización, caso del vallisoletano Luis González Vicén.

El estallido de la guerra civil encuentra a Montero en la capital de España. El autor de esta obra narra las peripecias del protagonista en el Madrid rojo, su evasión a la zona nacional y sus actuaciones de colaboración con el ala izquierda del partido unificado, singularmente con Gerardo Salvador Merino y Dionisio Ridruejo, así como su inopinada y repentina incorporación al frente de guerra catalán, enrolado en la VII Bandera Móvil de la Falange de Aragón.

Especialmente interesante es el periplo de Montero Díaz durante el transcurso de la II Guerra Mundial, que Núñez Seixas analiza detalladamente: su oposición, al comienzo de la guerra, al ataque alemán contra Polonia y la deriva posterior del antiguo jonsista, alineado con los elementos revolucionarios de la Falange, caso de Dionisio Ridruejo, ajenos al anticomunismo derechista que predomina en la División Azul y partidarios de la lucha hasta el final, convencidos de que el triunfo alemán generará las condiciones ideales para que España restaure su integridad territorial, recuperando Gibraltar, y lleve a término su revolución social y nacional, sacudiéndose la influencia de las plutocracias occidentales. El caso de Montero nos recuerda al del excombatiente divisionario Carlos María Idígoras, que, al igual que el antiguo dirigente jonsista gallego, proseguirá su combate posicionándose contra el imperialismo yanqui, lo que reflejará en su novela “Los Usacos”. En este punto interesa señalar que el jonsista radical Santiago Montero Díaz conseguirá conectar con un joseantoniano radical, el abogado y escritor asturiano José Manuel Castañón de la Peña, excombatiente de las campañas de España y Rusia, capitán de infantería mutilado, que será nombrado Vicesecretario de Ordenación Social en Oviedo, enfrentándose al régimen franquista, siendo encarcelado por breve tiempo –habida cuenta de su condición de héroe de guerra– exiliándose a finales de los años 50 en Venezuela, tras pedir a las autoridades que entreguen su paga de capitán a uno de los mutilados del otro bando, cuya equiparación antes había pedido y , prosiguiendo en el continente americano su trayectoria de escritor, no si antes haber editado en España, en la editorial “Aramo”, que acababa de fundar, la obra “Cervantes, compañero eterno”, de su amigo Montero Díaz, que a su vez prologará la novela de Castañón “Moletu-Volevá” sobre “ la locura dolarista”.

Detalles muy curiosos se recogen en el libro sobre la ruptura de Montero Díaz con el régimen franquista, en primer término, desde la perspectiva de su alineamiento con el Eje, marcada por su trilogía de conferencias. “Idea del Imperio”; “Mussolini 1919-1944”, pronunciada ante la Vieja Guardia de Madrid en marzo de 1944, tras la defenestración de Mussolini por el rey de Italia y posterior proclamación de la República de Saló, donde, frente a la tónica general del falangismo, con Fernández Cuesta a la cabeza, propone una rectificación del régimen franquista, advirtiendo de los tres peligros: el peligro monárquico calificando a la monarquía como “vía abierta a la traición”; el peligro capitalista, propugnando “desarticular sin contemplaciones la economía burguesa lo que conlleva “la reforma de la propiedad agraria, la socialización de las empresas” y “la entrega de la dirección económica a sindicatos de control técnico y obrero”, pues lo demás “es puro Dopolavoro y Educación y Descanso” y, respecto al tercer peligro, “la absorción del Ejército”, sostiene que “un partido revolucionario no puede desprenderse jamás de sus milicias”, que constituyen “la garantía de la subversión nacional”. En la tercera conferencia, que pronuncia en el paraninfo de la universidad de Madrid, en febrero de 1945, arremete contra lo que entiende oportunista política exterior del régimen, lo que trae como consecuencia la reacción del falangismo oficialista contra Montero Díaz, que se expresará en algún panfleto, sacando a relucir todos los antecedentes del profesor gallego: su antigua militancia en el Partido Comunista y la intervención en el asalto al periódico ABC, antes de ingresar en las JONS; su afiliación a la CNT en el Madrid rojo, su postura que “ataca directamente a la Falange, se mofa de su sentir religioso y censura constantemente de su fundador”, derivando la ofensiva al terreno personal, en alusión a su soltería y espíritu bohemio, acusándolo de pertenecer “al origen obscuro, tortuoso e inconfesable del estudiante comunista”, que “alardea de no tener ideas religiosas y vive en los bajos fondos de la amoralidad”, culminando todo con su destierro a Almagro, siendo despedido en la estación de Atocha por un grupo de estudiantes del SEU –entre los que figura Juan Velarde Fuertes, hoy vinculado a los orgullosos de ser de derechas”– grupo que es disuelto por la policía, relatando el profesor Núñez Seixas, como en la localidad manchega, Montero Díaz recibe la correspondencia de compañeros universitarios de diversa ideología, entre ellos Tierno Galván, que le agradece el envío de su conferencia sobre “Mussolini”, al que califica de “hombre extraordinario”, recordando también su asistencia a la conferencia “En presencia de la muerte”.

Por último, el autor del libro que comentamos, se detiene en la segunda ruptura de Montero Díaz contra el régimen franquista, con ocasión de los incidentes universitarios de febrero de 1965, cuando termina siendo desposeído de la cátedra de Historia Antigua en la Complutense, con suspensión de empleo y sueldo durante dos años –recibiendo el apoyo, desde una posición nacionalsindicalista, de su antiguo camarada Manuel Souto Vilas, que critica al SEU de la época al que considera una falsificación, dedicado defender “las sinecuras de sus jerifaltes”, a la vez que arremete contra la acción en la universidad “de las fuerzas oscuras de España entre ellas de las que se denominan hoy Opus Dei”– situación que desemboca en su marcha a Chile para impartir clases en la universidad de Concepción, lo que aprovechará para contactar con el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) de Chile, reintegrándose a la universidad madrileña en marzo de 1967, para concluir lo que Núñez Seixas denomina “discreta oposición y epílogo desde la torre de Marfil”.

Como conclusión de nuestro recorrido por la biografía política de Santiago Montero Díaz, cabría preguntarse –al igual que lo ha hecho el profesor Núñez Seixas– por su verdadera adscripción ideológica en el último tranco de su vida: ¿Seguía siendo Montero un nacionalsindicalista? ¿Había concluído el viaje de vuelta a sus orígenes galleguistas e izquierdistas, como podrían inferir algunos contertulios de este intelectual, excéntrico, de humor quevedesco, que acostumbraba impartir el magisterio con sus alumnos, frecuentando tascas y tomando vinos y que consideraba que el pueblo español había sido “desvirilizado” por Franco? Queda fuera de dudas, que siempre fue fiel al recuerdo de Ramiro Ledesma Ramos, lo que puso de manifiesto, como señala el autor del libro, en 1968, cuando fue requerido por la editorial Ariel para que prologase la reedición conjunta de “¿Fascismo en España” con el “Discurso a las Juventudes de España” con el “pero del Ministerio de Información que a regañadientes no ha podido negarse a que se reeditara”, según le indicaba el representante de la editorial. Montero Díaz se mostró únicamente dispuesto a que se reeditase su prólogo a los escritos filosóficos de Ledesma Ramos “como un homenaje mío a la memoria de aquel excelente amigo”, pero sin que se procediese a una reactualización, treinta años después de su prólogo de 1938 al “Discurso a las Juventudes de España”, con una “visión, a nivel de 1968 , del movimiento jonsista y su significación”, que sería poco grata al régimen.

Por nuestra parte, nos atrevemos a aventurar que Santiago Montero Díaz llegaba a admitir la potencialidad del pensamiento político de Ledesma Ramos, siempre que se desprendiese del lastre depositado por la historia, naturalmente, al margen de formulaciones nacional-revolucionarias, surgidas del conglomerado de la Plaza de Oriente y siguiendo la ruta trazada por el creador del nacionalsindicalismo, cuando en “¿Fascismo en España?” proclamaba que “a Ramiro Ledesma Ramos y sus camaradas les viene mejor la camisa roja de Garibaldi, que la camisa negra de Mussolini”, y así puede corroborarse por la confidencia que Santiago Montero Díaz, en 1976, plasmaba en carta dirigida a José Manuel Ledesma Ramos, hermano del fundador de las JONS: “No te quepa duda Pepe, que el ideario de Ramiro terminará imponiéndose, aunque no lo veremos nosotros”. [1]

Notas:

[1] Recogido en carta de José Manuel Ledesma Ramos, remitida al autor de este artículo el 31 de mayo de 1978.

Artículo publicado en Patria Sindicalista, n. 26, febrero de 2013, págs. 12-13.
Encontrado en: Cultura Transversal 

Enlace al libro referido: Casa del Libro

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