martes, 23 de julio de 2013

KARL OTTO PAETEL, UN NACIONAL BOLCHEVIQUE

Artículo original de Pueblo Indómito





Karl Otto Paetel fue un periodista político alemán nacido en Berlín en 1906, siendo hijo de comerciantes. Desde joven se interesa en los distintos movimientos juveniles de principios del siglo XX, además de rechazar a las grandes ciudades modernas surgidas de la Revolución Industrial, a menudos insanas y deshumanizadas a las que él denomina “desiertos de piedra”. Estudia Historia, Filología Alemana y Filosofía en la Universidad de Berlín, además de Políticas, algunos de estos cursos no los pudo finalizar por falta de recursos económicos.

A partir de 1927 empieza su actividad política y periodística, entrando a formar parte de las organizaciones juveniles dentro de Konservative Revolution, oponiéndose claramente a la República de Weimar. Hace una crítica a todo conformismo, e idea una síntesis entre dos ideologías para muchos, totalmente opuestas, el comunismo bolchevique y el nacionalsocialismo hitlerista. Su filosofía política guarda semejanza con la de otros pensadores políticos de la época como Otto Strasser y Ernst Niekisch.

Ya en la década de 1930 publica su célebre Manifiesto Nacional-bolchevique, en el que criticaba ciertos aspectos del NSDAP, como la relación del régimen con la Iglesia –aunque nunca fueron demasiado fluidas-, las relaciones con ciertas familias de la oligarquía alemana o el abandono de la tradicional política rusófila prusiana. Además ensalza ciertas políticas bolcheviques como el sistema de soviets pero rechazando el materialismo económico marxista.

De 1931 a 1933 edita la revista Die Sozialistische Nation (La Nación Socialista), cuyo subtítulo era Nationalbolschewistische Blätter (Hojas nacional-bolchevique). De hecho, fue de los pocos junto a Ernst Niekisch que usaban el apelativo nacional-bolchevique, ya que era un calificativo que sus adversarios usaban como peyorativo. Nunca hubo ningún partido o grupo que usara este adjetivo.

Con la subida al poder del Partido Nacionalsocialista, se prohíben sus escritos, y deja de escribir. Es a partir de La Noche de los Cuchillos Largos, en verano de 1934, con el asesinato y el exilio de la mayor parte del ala izquierda del Partido Nacionalsocialista –como los hermanos Gregor y Otto Strasser-, las cosas para Karl Otto Paetel se terminan de complicar. Es por ello que toma la vía del exilio. Tras un largo periplo por Europa –donde incluso forma parte de la “resistencia” contra Hitler- y después de un breve periodo en Marruecos, se traslada a América. Durante su estancia en París conoce a otros autores nacional-bolcheviques e intenta por todos los medios la síntesis entre el nacionalismo y el socialismo radical. Fue desposeído de la nacionalidad alemana.

Ya en Estados Unidos trabaja como corresponsal y periodista. Se casa con su novia, la socialista Isabel Zerner. Además edita revistas y se dedica al estudio. Escribe sobre Ernst Jünger, del que escribe un libro titulado Ernst Jünger. Conversión de un poeta y patriota alemán. Publica otras obras políticas y nacional-bolcheviques como ¿Oportunidad o tentación?. Una historia del nacional-bolchevismo alemán”. Muere el 4 de mayo de 1975, con ciudadanía estadounidense.

Gracias a los profesores Wolfgang D. Elfe y John M. Spalek , su autobiografía, Reise ohne Uhrzeit (Viaje sin reloj) ha sido reeditada en Alemania. La primera edición de la obra fue publicada en 1982 en la República Federal Alemana.

FUENTES

LOS INGREDIENTES DEL GUISO NR


1. Pierre-Joseph Proudhon y Louis-Auguste Blanqui con su socialismo no marxista.

2. El sindicalismo-revolucionario de Filippo Corridoni y George Sorel.

3. El Círculo  Proudhon de Georges Valois y Édouard Berth.

4. Los “No-Conformistas” franceses de los años treinta: Thierry Maulnier, Emmanuel Mounier  y Jean-Pierre Maxence entre otros.

5. Ramiro Ledesma Ramos y el Nacional-Sindicalismo de las JONS.

6. Los movimientos y autores NR de la década de los 50’s y 60’s en Francia: El Nacionalismo-Revolucionario de François Duprat, Jeune Nation de Pierre Sidos y Dominique Venner, Occident, Ordre Noveau, Groupe Union Défense (y un inmenso etc.)

7. El socialismo nacional de Otto Strasser y el Frente Negro, y las demás corrientes Nacional-Revolucionarias alemanas enmarcadas dentro de la Konservative Revolution, donde destacan Ernst Jünger, Karl Otto Paetel y Franz Felix Pfeffer von Salomon, entre otros.

8. El socialismo prusiano de Oswald Spengler.

9. El Solidarismo francés.

10. Todo lo relacionado con la lucha medioambiental y la protección de la flora y fauna.

11. Los Jungkonservativen, grupos alemanes enmarcados dentro de la Konservative Revolution. Exponentes principales de los Jungkonservativen fueron Edgard J. Jung, Arthur Moeller van den Bruck y Heinrich von Gleichen.

12. El movimiento Volkish alemán, enmarcado dentro de la Konservative Revolution alemana, con las doctrinas de Otto Böckel y los “Radicales de Hesse”, y la visión naturalista de Karl Fisher y los Wandervogel.

13. Benito Mussolini y el socialismo italiano de la década de los años 20 y la República Social Italiana de los años 40.

14. El socialismo revolucionario italiano de Nicola Bombacci.

15. José Antonio Primo de Rivera enmarcado dentro de las corrientes del sindicalismo nacional y las facciones leales a Manuel Hedilla, entiéndase por eso, a los falangistas que se opusieron al Franquismo.

16. El socialismo revolucionario de la Izquierda Nacional Argentina, el Justicialismo de Juan Domingo Perón, y las ideas del “Extremo Occidente” de Alberto Buela.

17. El socialismo panárabe, tanto en las corrientes nasseristas a partir de Gamal Abdel Nasser, como el partido Ba’as sirio de Michel Aflak y sus posteriores desarrollos. (Entre ellos Muamar Gadafi  y su “Libro Verde”).

18. Re-interpretaciones de las luchas populares hispanoamericanas, específicamente la lucha de liberación nacional nicaragüense de Augusto César Sandino, Agustín Farabundo Martí en El Salvador, y figuras de la Revolución Mejicana como Emiliano Zapata y Pancho Villa. Estas re-interpretaciones van por el camino de la lucha contra el imperialismo, y por las causas de la identidad cultural y autodeterminación político-social de los pueblos.

19. Re-interpretaciones de las luchas nacionales de los pueblos europeos no reconocidos como Estados, desde el punto de vista del socialismo identitario y no desde el marxismo-leninismo: El antiguo Ejercito Republicano Irlandés y la Primera República Irlandesa. En esta polémica y “tabú”  re-interpretación entran Catalanes, Bretones, Vascos, Gallegos, Corsos, “Vlaams” etc. Vistos desde la perspectiva de núcleos duros de la identitad europea que resisten al mundialismo.

20. Los diferentes movimientos de la Revolución Conservadora Rusa, con exponentes como Fiódor Dostoyevski , Nikolaj Strachov, Nikolay Danilevsk y  Konstantin Leontiev entre muchos otros (Sea dicho de paso, precursores del pensamiento de Oswald Spengler). Se podría considerar a Aleksandr Solzhenitsyn  como un exponente más tardío de estas expresiones.

21. Las corrientes Nacional Bolcheviques enmarcadas dentro de la Konservative Revolution alemana desde Ernst Niekisch, grupos como el Aufbruch Arbeitskreis, personajes como Fritz Wolffheim y Heinrich Laufenberg, pasando a manifestaciones más contemporáneas como la L’Organisatión Lutte du Peuple de Yves Bataille y su “nazi-maoísmo”, además de autores rusos actuales como Alksandr Dugin.

22. La Izquierda Nacional española, con grupos como Alternativa Europea, Frente Sindicalista Revolucionario, y el actual Movimiento Social Republicano. Importante son autores como Santiago Montero Díaz y Narciso Perales.

23. Algunos elementos sociales y de Doctrina en La Tercera Vía y la “Derecha Social” Italiana contemporáneas. El fenómeno de las “Casas Sociales” Italianas como centros de cultura y preparación política para los jóvenes, LAB99, Fronte Soziale Nazionale, Casa Pound, Azione Sociale, Forza Nuova, Area19 entre otros.

23. Experiencias actuales del movimiento identitario francés como Zentropa, Les Apaches y Génération Identitaire por dar algunos ejemplos.
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Cocinar a fuego lento y servir acompañado de la acción. Come pausadamente, mastica bien, tómate el tiempo para digerir. ¡Nuestra lucha no es comida chatarra!

Extraído de: Ajenjo

lunes, 22 de julio de 2013

RAMIRO LEDESMA FRENTE A LA IGLESIA

Por Marcos Alonso


Que Ramiro Ledesma es un personaje incómodo para la extrema derecha fascistizada es cosa bien sabida. Los derechistas, que interpretaron somera, miope y torpemente el fascismo como un eficaz método de represión violenta del marxismo, se topan con una figura que escapa de cualquier modelo a seguir por el pensamiento burgués de corte reaccionario. Uno de los aspectos que hacen del revolucionario sayagués un enfant terrible para este sector es su relación con la Iglesia católica. Dediquemos unas breves líneas referidas a esta cuestión para, en la medida de lo posible, clarificar algunos aspectos.

Poco o nada podemos aludir al sentimiento religioso de Ramiro Ledesma, fundamentalmente porque él mismo se cuidó de borrar todo rastro de huella personal en su obra (literaria, filosófica y política). Más allá de, según ciertas fuentes, ser monaguillo en Torrefrades, no se le conoce vinculación alguna a la Iglesia. Volveremos sobre la cuestión personal al final del escrito, cuando abordemos el momento de su muerte.

Ledesma contempla a la Iglesia católica como una institución más que no debe permanecer ajena al Estado, sino subordinarse por completo a éste. Entronca esta idea con el panestatismo hegeliano que el fundador del nacional-sindicalismo abraza con fervor. Ramiro afirma exclamativo que no puede existir "¡Nada sobre el Estado! Por tanto, ni la Iglesia, por muy católica y romana que sea." (1) Es ésta la primera referencia clara a una aconfesionalidad rayando el laicismo que, a su modo de ver, ha de predominar en la táctica nacional-sindicalista para alcanzar el Nuevo Estado. En el número 15 de La Conquista del Estado, Ramiro reitera la supremacía absoluta del Estado y tacha de "execrable" el comportamiento de la Iglesia, a la que acusa de haber sido "muchos años sostenedora y amparadora de todos los abusos y de todos los crímenes contra la prosperidad y la pujanza del pueblo español", concluyendo con una apelación al "ataque de frente a la Iglesia, si es necesario" (2). Se observa ya con una nitidez incontestable el tono violento con el que el nacional-sindicalismo tiene que tratar a toda institución burguesa, sin ser exceptuada ninguna, por resultar nocivas para el desarrollo de una doctrina y políticas novísimas, incompatibles con el mantenimiento del status quo de agentes caducos y a menudo, como señala Ledesma para el caso de la Iglesia, cargados con el peso de ser culpables del deshonor de la Patria. Durante el período de publicación de la revista JONS se produce un mutismo bastante notorio en relación a las manifestaciones sobre la cuestión religiosa, siendo achacable este hecho al acercamiento y posterior fusión con Falange Española, cuyo ideario, mucho más tibio, enlazaba con un catolicismo intrínseco -comenzando por el del jefe- difícil de compaginar con las declaraciones anticlericales de La Conquista del Estado. No es hasta la publicación del Discurso a las Juventudes de España cuando vuelve y con bastante fuerza, a posarse el dedo acusador de Ramiro sobre la Iglesia. Tras asumir que la religión católica tiene una innegable significación histórica en el caminar de España desde su nacimiento, se apela a que los españoles dejen en la intimidad de su hogar sus preocupaciones metafísicas y se pide "fe y credo nacional, eficacia social para todo el pueblo", puesto que "la revolución nacional es empresa a realizar como españoles y la vida católica es cosa a cumplir como hombres". Después de dejar patente que ambos ámbitos, religión y patriotismo, pertenecen a dimensiones totalmente diferentes, Ledesma lanza la que tal vez sea su más célebre crítica a la institución católica: "Hay muchas sospechas -y más que sospechas- de que el patriotismo al calor de las Iglesias se adultera, debilita y carcome. El yugo y las saetas, como emblema de lucha, sustituyen con ventaja a la cruz para presidir las jornadas de la revolución nacional". (3) La última llamada publicada a la independencia que debe existir entre la idea nacional y la idea religiosa la realiza el zamorano en las páginas del semanario Nuestra Revolución, pocos días antes del golpe de estado del general Franco, en donde insta a "defender la espiritualidad católica [...] a cuerpo libre", sin apelar a un sentimiento patriótico que poco o nada tiene que ver con la religiosidad individual. (4)

Ledesma Ramos es hecho preso el 1 de agosto. Comparte cautiverio con el padre Villares, de quien nos llega el testimonio asegurando que Ramiro, durante su estancia en la cárcel, "no estaba obsesionado más que por el pensamiento religioso". Al parecer, tras largas charlas con el sacerdote, el joven quedó "convencido" y acudió presto a confesarse con el padre José Ignacio Marín, quien también se encontraba privado de libertad en la prisión de Ventas. (5) Cuesta creer que el "estoico" -en palabras del propio Villares- y nietzscheano revolucionario abrazara la fe católica de manera tan contundente e inmediata durante los últimos días de su vida; pensaremos, pues, en una mentira piadosa del cura para salvar no tanto el alma de Ramiro como su imagen de cara al gobierno franquista, cuyos caídos habían de haberlo sido no sólo por la Patria sino también por Dios, de quien el mismo Ledesma dijo, casi vaticinando lo que acaecería tras la guerra, que "está en todas partes y ya se iba haciendo algo molesto"

Ramiro Ledesma fue, es y será una figura irritante para todos los que se niegan a aceptar que la religión ha de circunscribirse al ámbito privado de las personas y que ya nada tiene que decir a la hora de marcar los pasos de la Patria. Fue molesto durante el franquismo, período en el que fue escandalosamente silenciado y donde el cardenal Gomá exigió la retirada de su Discurso a las Juventudes de España. El Padre Teodoro Toni, censor y colaborador de Gomá, expresó que debía "quemarse o, por lo menos, no tolerarse su reproducción de ninguna forma para no desunir a los buenos". (6) Es molesto a día de hoy para aquellos que aún hoy -siglo XXI, amigos- se aferran a la idea de una España unida de manera indisociable al catolicismo y será molesto para todos aquellos que no comprendan que sus creencias religiosas no pueden regir la vida pública. Célebre es el dicho que dice que los españoles siempre andamos tras de los curas, bien con un cirio o bien con una estaca. Ramiro imaginó un Estado en el que los cirios adornaban las iglesias y las estacas repartían la tierra entre quienes la labraban. Sírvanos a los jóvenes el ejemplo formidable de este agnóstico combativo para saber trazar la ruta, iniciada el siglo pasado, que nos lleve a las horas culminantes de la Historia en pos de una Patria liberada y vigorosa, cargada de sentimiento social y nacional.

Notas:

(1) LCdE, nº 10, 16-V-1931
(2) LCdE, nº 15, 20-VI-1931
(3) Discurso a las Juventudes de España
(4) Nuestra Revolución, nº 1, 11-VII-1936
(5) Ramiro Ledesma Ramos, Tomás Borrás
(6) ¿Fascismo o Estado Católico? José Andrés-Gallego

martes, 16 de julio de 2013

EL INDIVIDUALISMO, ORIGEN ÚLTIMO DE LA CORRUPCIÓN

Por Dominique Venner



En Europa, desde la más remota Antigüedad, siempre había dominado la idea de que cada individuo era inseparable de su comunidad, clan, tribu, pueblo, polis, imperio, al que se encontraba unido por un vínculo más sagrado que la propia vida. Esta indiscutida conciencia, de la que la Ilíada nos ofrece la más antigua y poética expresión, tomaba formas diversas. Basta pensar en el culto a los ancestros a quienes la polis debía su existencia, o a la lealtad hacia el príncipe era la expresión visible de la misma. Una primera fue la introducida por el individualismo del cristianismo primitivo. La idea de un dios personal permitía emanciparse de la autoridad hasta entonces indiscutida de los dioses étnicos de la polis. Sin embargo, impuesta por la Iglesia, se recompuso la convicción de que ninguna voluntad particular podía ordenar las cosas a su antojo.

Pero ya se había sembrado el germen de toda una revolución espiritual. Reapareció de forma imprevista con el individualismo religioso de la Reforma. En el siglo siguiente se desarrolló la idea racionalista de un individualismo absoluto vigorosamente desarrollada por Descartes (“pienso, luego existo”). El filósofo también hacía suya la idea bíblica del hombre dueño y señor de la naturaleza. Sin duda, en el pensamiento cartesiano, el hombre estaba sujeto a las leyes de Dios, pero éste había dado un muy mal ejemplo. Contrariamente a los dioses antiguos, no dependía de ningún orden natural anterior y superior a él. Era el único y omnipotente creador de todo, de la vida y de la propia naturaleza, según su exclusivo designio. Si semejante Dios había sido el creador desprovisto de todo límite, ¿por qué los hombres no estarían, a su vez, liberados de todo límite?

Puesta en marcha por la revolución científica de los siglos XVII y XVIII, esta idea ya no tuvo a partir de entonces el menor límite. En ella consiste lo que denominamos la “modernidad”: esa idea según la cual los hombres son los propios autores de sí mismos y pueden remodelar el mundo a su antojo. Sólo hay un principio: la voluntad y el capricho de cada cual. Por consiguiente, la legitimidad de una sociedad ya no depende de su conformidad con las leyes eternas del etnos. Sólo depende del momentáneo consentimiento de las voluntades individuales. Dicho de otra manera, sólo es legítima una sociedad contractual, derivada de un libre acuerdo entre partes que encuentran en tal pacto su propio beneficio.

Si el interés personal es el único fundamento del pacto social, no se ve qué es lo que podría prohibir que cada cual se aproveche de ello lo mejor que pueda, según sus intereses y sus apetencias, llenándose el bolsillo si su cargo le ofrece tal oportunidad. Tanto más cuanto que el discurso de la sociedad mercantil, por intermedio de la publicidad, establece para todos la obligación de disfrutar, o más exactamente de existir exclusivamente para disfrutar.

Pese a esta lógica individualista y materialista, el lazo comunitario del nacimiento y de la patria se había mantenido durante mucho tiempo, con las obligaciones que de ello se derivan. Este vínculo se ha ido destruyendo poco a poco en toda Europa en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, mientras triunfaba la sociedad de consumo procedente de Estados Unidos. Nuestras naciones han dejado de ser poco a poco una nación (basada en la natio, en el nacimiento común) para convertirse en una suma de individuos reunidos para pasarlo bien o satisfacer lo que por su interés entienden. A la antigua obligación de “servir” la ha sustituido la tentación general de “servirse”. Tal es la lógica consecuencia del principio que funda la sociedad en los exclusivos derechos humanos, es decir, en el interés de cada cual.

SOREL Y EL SINDICALISMO NACIONAL

Por Gustavo Morales



Si alguien se atreve a levantar su voz contra las ilusiones del racionalismo en el acto es considerado como un enemigo de la democraciaGeorges Sorel (1847-1922) era un ingeniero francés, padre del revisionismo revolucionario que supera el carácter materialista del marxismo y llegará a ser básico para la génesis del fascismo. El ambiente intelectual de Sorel se enmarca en el Barrio Latino de París, muy lejos de las frías escuelas teoréticas de Viena.

Marxista confeso, Sorel pretende, originalmente, completar el pensamiento de su maestro. A principios del siglo XX el pensamiento socialista debe enfrentarse a una serie de problemas nuevos, difícilmente explicables mediante el análisis marxista ortodoxo. Sorel se desmarca de las estructuras racionalistas y destaca que el marxismo es la construcción de un mito revolucionario para ilusionar a las masas, negando su valor como explicación racional de la realidad.

Sorel niega el valor del racionalismo, al que acusa de corruptor. Antepone a Pascal y a Bergson frente a Descartes y a Sócrates. Sorel sustituye los fundamentos racionalistas y hegelianos del marxismo por:
 1.- La nueva visión de la naturaleza humana que predica Le Bon, quien aconseja que “para vencer a las masas hay que tener previamente en cuenta los sentimientos que las animan, simular que se participa de ellos e intentar luego modificarlos provocando, mediante asociaciones rudimentarias, ciertas imágenes sugestivas; saber rectificar si es necesario y, sobre todo, adivinar en cada instante los sentimientos que se hacen brotar”. Resume Le Bon que “la razón crea la ciencia, los sentimientos dirigen la historia”.
 2.- Por el anticartesianismo de Bergson. Las enseñanzas de Bergson permiten sustituir el contenido racionalista, es decir, utópico, del marxismo por los mitos revolucionarios. Sorel afirma que todo gran movimiento viene motivado por mitos. El método psicológico toma el relevo al enfoque mecanicista tradicional (1899), frente al método científico, el recurso a una teoría de los mitos sociales. Sorel no repudia el marxismo, incluso llega a defenderlo contra algunos socialistas democráticos. Se debe a que considera que no existe ninguna relación entre la verdad de una doctrina y su valor operativo en tanto que instrumento de combate. Sorel desplaza el mito de la esfera del intelecto y lo instala en la de la afectividad y la actividad. Una mentalidad religiosa contra la mentalidad racionalista. Sorel recuerda que Bergson nos ha enseñado que la religión no ocupa en exclusiva la región de la conciencia profunda, la ocupan también, por las mismas razones, los mitos revolucionarios. Con ello, Sorel rechaza el presunto carácter científico del marxismo y niega la posibilidad de la explicación social en términos cuasi matemáticos.
 3.- Por la rebelión de Nietzsche.. La única actitud coherente del revolucionario es la negación de los valores imperantes y la afirmación de otros nuevos y rebeldes. En Reflexiones sobre la violencia, Sorel afirma: Los mitos no son descripciones de cosas, sino expresiones de voluntad… conjuntos de imágenes capaces de evocar en bloque y exclusivamente a través de la intuición, previamente a cualquier tipo de análisis reflexivo, la masa de los sentimientos que corresponden a las diversas manifestaciones de la guerra librada por el socialismo en contra de la sociedad moderna. Sorel identifica mito y convicciones, entendiendo éstas en términos de las ideas y creencias de Ortega. Sorel distingue entre la ética del guerrero, que apoya, y la del intelectual, que condena: Ya no hubo soldados ni marinos, sólo hubo tenderos escépticos.

Fases del pensamiento soreliano

Socialismo marxista

En una primera fase, los sorelianos metamorfosean el marxismo, construyen una nueva ideología revolucionaria, desechando las teorías marxistas de plusvalor y de clase. Sorel vacía el marxismo de hedonismo y de materialismo, haciéndolo pasar de ser una máquina intelectual esclerotizada a una fuerza movilizadora en pos de la destrucción de lo que existe, el mundo materialista burgués. La teoría de los mitos se vuelve el motor de la revolución y la violencia su instrumento: La violencia proletaria, no sólo puede garantizar la revolución futura, sino que, además, parece ser el único medio de que disponen las naciones europeas, embrutecidas por el humanismo, para recobrar su antigua energía. Para Sorel, sólo los hombres que viven en estado de tensión permanente pueden alcanzar lo sublime. En esa vía, Sorel reivindica el cristianismo primitivo y el sindicalismo de combate de su tiempo. No nos molestaremos en demostrar que la idea de violencia revolucionaria no se ciñe al derramamiento de sangre ni a la brutalidad, que son inherentes a la explotación del trabajador, camuflada bajo la cortina de humo del sufragio partitocrático. Por esa vía, también la crítica del sociólogo Pareto al marxismo, base de su teoría de las élites, se acerca a la de Sorel.

Sindicalismo nacional

En una segunda fase, a partir de que Sorel abandona el socialismo (1909), el mito nacional sustituye al mito exclusivamente proletario, ya desalentado en la lucha contra la decadencia democrática y racionalista. La enseñanza obligatoria, la alfabetización en las zonas rurales, el acceso lento pero continuo de la clase obrera a la cultura, no favorecen la conciencia de clase del proletariado, sino más bien una nueva toma de conciencia de la identidad nacional. Los sorelianos ven la organización de la sociedad en términos sindicalistas. Sorel cree que el sindicalismo, en su lucha contra la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, ambas materialistas, posee un alto valor civilizatorio. La influencia de Sorel se refleja en el parlamento de productores defendido por José Antonio, así como en la afirmación: Concebimos a España como un gigantesco sindicato de productores. Ledesma asumirá, además, el término de sindicalismo nacional que se extiende entre los sorelianos franceses e italianos. A la postre, lo nacional vira hacia formas de sindicalismo al igual que los sindicalistas varían hacia diferentes escuelas de nacionalismo. Asumen, también, de Sorel que la disciplina, la autoridad, la solidaridad social, el sentido del deber y del sacrificio, los valores heroicos, son otras tantas condiciones necesarias para la supervivencia de la nación. El mito nacional releva al mito meramente social como motor revolucionario. Para ello, es preciso que la convicción se apodere absolutamente de la conciencia y actúe antes que los cálculos de la reflexión hayan tenido tiempo de aparecer en el espíritu. Es decir, opta por la opción de la nueva civilización que nace de la acción directa antes de la reflexión teórica. Aquí Ledesma recibe una mayor influencia soreliana que José Antonio, que a pesar de su renuncia a la torre de marfil de los intelectuales siente una cierta nostalgia por ella, visible en su Elogio y reproche a Ortega y Gasset.

La vanguardia cultural de la primera década del siglo XX, los futuristas, reciben con entusiasmo las ideas sorelianas prefascistas: Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el coraje, la audacia y la rebelión.. Queremos derribar los museos, las bibliotecas, atacar el moralismo (…) Ensalzamos las resacas multicolores y polifónicas de las revoluciones. En pie en la cumbre del mundo, lanzamos una vez más el desafío a las estrellas. (Marinetti, 1909).

Un hecho crucial en la opinión pública occidental está en 1920. Cuando, respaldados por numerosas huelgas parciales y ocupaciones de fábricas en el norte de Italia, los nacionalsindicalistas italianos presenten su propuesta de autogestión de la industria al ministro de Trabajo, Arturo Labriola. El primer ministro Giolitti reconoce el derecho de participación de los trabajadores en las empresas. El nacionalsindicalismo italiano obtiene así una victoria épica.

Con todo ello, los sorelianos abren la tercera vía entre las dos concepciones totales del hombre y la sociedad que son el liberalismo y el marxismo, ideologías presas del racionalismo donde se prescinde de la intuición y del sentimiento en favor de un imposible concepción matemática de las ciencias sociales. El discurso de Sorel se hace transversal, basado fundamentalmente en el poder de los sindicatos pero repudiando el carácter meramente reivindicativo de éstos, es decir, su domesticación en brazos del socialismo parlamentario. Sorel repudia los pactos y acuerdos con la burguesía, así como el sistema de dominio del liberalismo democratizado: el parlamentarismo. Sorel odió tanto a la burguesía y la democracia liberal que recibió con expresiones de júbilo la revolución rusa, a pesar de haber criticado enérgicamente el leninismo de los revolucionarios profesionales. Sorel ve en Lenin la revancha del genio creador del jefe contra la vulgaridad democrática. Aconsejaba a los sindicatos alejarse del mundo corrupto de los políticos y de los intelectuales burgueses, distinguiendo entre conspiración y revolución. Sólo la segunda da vida a una nueva moral. Sólo los trabajadores más militantes -dice Sorel- son sindicalistas: El obrero de la gran industria sustituirá al guerrero de la ciudad heroica. Por tanto, los valores de ambos son comunes y el ascetismo y la eliminación del individualismo suponen características compartidas por el soldado-monje y por el obrero-combatiente. Podemos encontrar coincidencias entre el desarrollo de Sorel y el de Spengler.

Fascismo

Sorel no desacreditó el uso que los fascistas hacían de su nombre. De hecho, el fascismo nace de la crítica sindicalista, con un fuerte componente soreliano, al marxismo racionalista ortodoxo. El fascismo se revela contra la deshumanización introducida por la modernización en las relaciones humanas, pero, al contrario que el tradicionalismo, desea conservar celosamente los logros del progreso. La revolución fascista busca transformar la naturaleza de las relaciones entre el individuo y la comunidad sin que por ello sea necesario desbaratar el motor de la actividad económica moderna. Los sorelianos son los primeros revolucionarios surgidos de la izquierda que se niegan a cuestionar la propiedad privada. Consideran que atacarla supone confundir al enemigo real: la concepción burguesa y materialista de la existencia, que también encarnan el jacobino y el socialdemócrata.

Los sorelianos se mantienen fieles a la idea de que todo progreso depende, y dependerá, de una economía de mercado, al igual que hoy defiende el economista joseantoniano Velarde Fuertes, distintas de los planteamientos estatistas de Dionisio Ridruejo. En este punto del debate, los nacionalsindicalistas se escinden, la mayoría pasa a apoyar directamente al fascismo, incluso cuando éste modera su aspecto de transformación económica de la sociedad. Otro pequeño sector, el ala izquierda, rompe con el fascismo y recupera el viejo axioma del sindicalismo revolucionario: la sociedad de trabajadores libres.

El paso de uno a otro es visible en José Antonio en la comparativa del Discurso de la Comedia de 1933 al Discurso de la revolución Española de 1935, en el que enumera cuatro tipos de propiedad: la personal, la familiar, la comunal y la sindical. Están ausentes la estatal y la correspondiente a sociedades anónimas.

En cualquier caso, con la síntesis fascista, la estética revolucionaria y heroica se convierte en parte integrante de la política y de la economía.

Conclusión

Sorel, en los artículos reunidos en las Ilusiones del Progreso, denuncia a Descartes, dado que sus ideas lo son de la clase dominante. Desecha el racionalismo que deviene en optimismo al entender el mundo como un inmenso almacén donde todos pueden satisfacer sus necesidades materiales. Sorel pide que el socialismo se transforme en una filosofía de comportamiento moral, donde las relaciones de los trabajadores generen una nueva ética, absolutamente distinta de la moral burguesa, el enemigo real de Sorel.

Sorel abandona el proletarismo cuando comprueba que la violencia obrera, sustentada en las reivindicaciones materiales, no eleva al proletariado al nivel de una fuerza histórica susceptible de engendrar una nueva civilización. Sorel anuncia que el sindicalismo se separa del socialismo racionalista y repudia, finalmente, a Marx y a Hegel. Sorel asume la frase de Croce y afirma: El socialismo ha muerto, cuando descubre, con amargura, que las ideas, preocupaciones, fines y comportamientos del trabajador no difieren de aquellas de los burgueses. El carácter pactista del parlamentarismo liberal ha seducido a los partidos socialistas europeos occidentales y los sindicatos, animados por la acción directa y el mito de la huelga revolucionaria, o se amoldan o se separan radicalmente del socialismo parlamentario.

Sorel se desentiende de las construcciones teóricas que anteceden a la acción. Él es un enamorado del hecho revolucionario, lo que ayuda a comprender su paso del marxismo de combate, que abandona cuando la socialdemocracia se domestica en los parlamentos, y da su posterior adhesión a los procesos de revolución nacional que sacuden Europa.

Cuando el 23 de marzo de 1919, en la plaza San Sepolcro de Milán, Mussolini funda el fascismo italiano, entre los presentes se encuentran muchos sindicalistas sorelianos, hastiados de la connivencia de la burguesía con el Partido Socialista Italiano del que también procede el futuro Duce.

En resumen, el fascismo no nace de la burguesía sino que es una escisión de la izquierda socialista, la fracción de aquellos que abominan del liberalismo parlamentario y consideran que la misión histórica del proletariado no es imponer una dictadura sino crear una civilización.

A la postre el fascismo pierde su empuje revolucionario, es decir, cuando inicia su política de pactos con la burguesía industrial, los partidos nacionales del resto de Europa rompen con él y buscan un nuevo engarce de la revolución nacional con el brío puro y antipolítico de las masas anarcosindicalistas. El mejor ejemplo lo tenemos en Ramiro Ledesma y La Conquista del Estado. Ledesma no opta por el fascismo, a pesar de su viva la Italia de Mussolini o viva la Germania de Hitler, ni por el bolchevismo, también a pesar de su viva la Rusia de Stalin, sino por algo consustancial a todos ellos, el fin de la democracia liberal, ese régimen basado en palabras del soreliano Berth, en el voto secreto…el símbolo perfecto de la democracia. Ved a ese ciudadano, ese miembro de lo soberano, que temblorosamente va a ejercer su soberanía, se esconde, elude las miradas, ninguna papeleta será lo suficientemente opaca para ocultar a las miradas indiscretas su pensamiento….

Ledesma, como Sorel y José Antonio, entienden que el trabajador está llamado a recuperar el sentimiento heroico de la existencia, antaño en manos del guerrero.

Sorel es la superación del mecanicismo marxista.. José Antonio da un paso más, superando el fascismo corporativista y enlazando la cuestión social y la nacional con el compromiso humano y utópico.

En resumen, el fascismo es un revisión del socialismo. El nacionalsindicalismo, al final, supone una superación del carácter material y pactista de ambos, entroncando con el sindicalismo revolucionario y la nacionalización del proletariado, construyendo una sociedad vertebrada sin estatismo.

lunes, 15 de julio de 2013

TRAICIÓN A MUSSOLINI Y EL PROCESO DE VERONA (NOVEDAD EDITORIAL ENR)



Aldo Rossi
1ª edición, Barcelona, 2013.
21×15 cms., 272 págs.
Cubierta a todo color, con solapas y plastificada brillo.
28 páginas de fotografías. 

Orientaciones:

El 25 de julio de 1943, el Gran Consejo del Fascismo, aprobó una ‘Orden del Día’, presentada por el Presidente de la Cámara de los Fascios, Conde Dino Grandi, lo que produjo la caída del Régimen Fascista y el arresto de Mussolini.

Liberado Mussolini, y establecida la República Social Italiana, en el Nor­te, todos los miembros del Gran Consejo, que votaron afirmativamente la ‘Orden del Día’ de Grandi, fueron juzgados en Verona, en enero de 1944 por delitos de traición, traición a la idea y a la patria.

Los preparativos del Golpe de Estado, sus gestores, los sucesos de los días anteriores a la reunión del Gran Consejo, la sesión del 24 al 25 de julio, cómo se desarrolló, quiénes la integraron, y la historia de cada uno de ellos, sus mociones y su votación, los sucesos que ocurrieron con posterioridad al 25 de julio, así como el análisis de todo el Proceso de Verana, se encuentran en este libro.
Índice:
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I: LA NOCHE DEL 24 DE JULIO DE 1943
1. Los preparativos del Golpe de Estado  9
2. La sesión del Gran Consejo 36
3. Después del pronunciamiento 93
Notas
CAPÍTULO II: EL PROCESO DEL TRIBUNAL ESPECIAL DE VERONA
1. Vuelta al poder 109
2. Instrucción del proceso 116
3. El escenario del proceso 190
4. Testimonios en contra 111
5. La sentencia 222
Notas
CONCLUSIONES 241
APÉNDICE
El Gran Consejo del Fascismo 245
BIBLIOGRAFÍA 251
ANEXO
Cautiverio y liberación de Mussolini 255

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LAS RAÍCES DEL FASCISMO ITALIANO: SOREL Y EL SORELISMO

Por Gustavo Morales

Georges Sorel

El papel de Sorel y el sorelismo en las raíces del fascismo constituye un problema en las concepciones políticas apocalípticas: el deseo de una renovación drástica y total de la Italia del post-Risorgimento. Sin embargo, el aparato conceptual requerido para el estudio del impacto de Sorel en Italia ha sido ambiguo durante mucho tiempo. Probablemente, por este motivo, deben establecerse distinciones entre Sorel y sus continuadores italianos.

El carácter variable de las doctrinas y fidelidades políticas de Sorel debe diferenciarse de las de numerosos individuos entusiastas y de grupos. Estos últimos, una vez bajo su influencia, prosiguieron su propio camino, manteniéndose a veces en posturas que Sorel había abandonado sustancialmente hacía tiempo, o bien, en el caso de otros, explorando nuevos terrenos. No obstante, también hay que marcar diferencias en el interior del movimiento fascista, donde, entre otras numerosas fracciones, el sorelismo también se enraizó. La posición de Mussolini en cuanto a Sorel no era de ningún modo constante, ni siquiera necesariamente idéntica a las posturas expresadas por otros sorelistas en los grupos fascistas, ya fuera antes o después de la marcha sobre Roma. El problema es mucho más complicado, no sólo por el hecho de la aparición en el movimiento fascista de una oposición al sorelismo, sino también por una oposición de sorelistas al fascismo.

El hecho de que las ideas de Sorel fueran operativas en el seno de tantos grupos diversos puede atribuirse a su carácter esencial, al igual que a la atmósfera política e intelectual de Italia antes y después de la guerra. Este texto pretende establecer que el deseo de Sorel en Italia fue el de una conquista política y espiritual, que su pensamiento y su acción iniciaron un movimiento sorelista que se enraizó en una variedad de corrientes políticas e intelectuales orientadas de forma similar, y que el sorelismo figura significativamente, a la vez directa e indirectamente, en los orígenes del fascismo.

Cuando Sorel comenzó a escribir en 1886, no estaba lejos de los cuarenta, preparado para retirarse como ingeniero en el Servicio Civil francés. Sin embargo, en pocos años se convirtió en un teórico de la revolución. La metamorfosis de Sorel en revolucionario fue bastante determinada por el curso de los acontecimientos en Francia. Sin duda, fue el desastre de 1870-1871 lo que le condujo a un moralismo proudhoniano. En todas partes percibía la decadencia, el crecimiento de una democracia utilitarista y materialista, y el predominio de los intelectuales racionalistas. Desde el principio, deseó la renovación de “valores pesimistas esenciales para la moral cristiana” y una “sociedad basada en el trabajo”. Con el éxito parlamentario de 1893, anunció su “conversión” al marxismo. Sin embargo, inspirado por los artículos de Edouard y Bernstein, empezó a atacar a una ortodoxia que jamás había soportado. Enseguida se distanció radicalmente de Bernstein. La lectura de Henri Bergson le convenció de que la historia está impulsada por movimientos espontáneos que surgen de las masas. Son estos movimientos los que crean nuevos valores morales y los que reimpulsan el proceso histórico. En 1898, publicó El porvenir socialista de los sindicatos, un estudio que llamó la atención, especialmente en los círculos anarquistas y sindicalistas. El movimiento sindicalista en Francia era para él la manifestación auténtica del proletariado revolucionario. Aconsejaba a los sindicatos aislarse del mundo corrupto de los políticos e intelectuales burgueses, para trabajar en silencio en crear los valores y las instituciones del futuro. Con el caso Dreyfus en 1898, Sorel vio principalmente una gran misión moral. El proletariado debía emanciparse de todos aquellos que sufrían injusticias. Pero tras la gran victoria electoral de los discípulos de Dreyfus en 1899, éstos mostraban la misma inmoralidad interesada de sus opuestos. Ya no había menosprecio hacia los políticos socialistas como Jean Jaurès y Alexandre Millerand. Estaba convencido de que la democracia parlamentaria corrompía todo lo que tocaba. Para Sorel, estos años se destacaron por una implicación creciente en la escena política e intelectual italiana. Casi desde el principio, se sentía atraído por la tradición de Italia en cuanto a su realismo político y a la atención centrada en la psicología de la política. Este interés fue expresado por primera vez en algunos artículos consagrados al trabajo de Cesare Lombroso sobre la psicología del crimen político. Con su conversión al marxismo, sus nexos se estrecharon. Antonio Labriola, el líder de los teóricos marxistas, escribió en una revista que Sorel dirigió muy poco tiempo. Sorel escribió al joven Benedetto Croce y a Vilfredo Pareto para pedirles su participación. En 1896, Sorel descubrió a Giovanni Battista Vico, que daba una visión más penetrante a su amalgama de Marx y Bergson. Con Vico vio la distinción entre conspiración pura y revolución; sólo la revolución da vida a una nueva moral. De Vico le llegó la idea de la revolución como ricorso, el retorno a un estado de espíritu anterior. Hacia 1898, Sorel publicó mucho en Italia, y sus trabajos recibieron extensos comentarios. Pero a medida que profundizaba sus críticas a Marx –llamaba al marxismo “poesía social”-, sus escritos mostraban hostilidad. Labriola lo acusó públicamente de llevar a cabo una guerra de secesión. Avanti! Intentó bloquear la publicación de sus artículos. Sorel se sintió muy ofendido. Sin embargo, Italia le parecía el único país donde la crítica al marxismo fue seria. “Italia –escribió- ha sido la educadora de Europa: podría asumir perfectamente este papel una vez más”.

Hacia 1903, Sorel estaba convencido de que solamente una revolución catastrófica podría traer un ricorso. En este momento, había conseguido un número de discípulos modesto en Francia, pero sustancial en Italia.

El sindicalismo revolucionario fue el primero en recibir el apoyo de Sorel. El movimiento sindical había aparecido en Francia y en Italia en la década de 1890. en la Confederación General del Trabajo, fundada en 1903, y en el Segratariato Nazionale della Resistenza, creado el año anterior, los elementos revolucionarios eran originalmente dominantes. De 1903 a 1910, Sorel intentó explicar a los militantes y al público en general el potencial histórico de estos movimientos. En Francia, sus artículos influyeron en el Movimiento Socialista de Hubert Lagardelle, una revista con numerosa participación italiana. En Italia, la vanguardia socialista de Milán introdujo a Sorel en círculos proletarios, en 1903, gracias a la traducción de El porvenir socialista de los sindicatos. Estableció una colaboración más intensa con la revista doctrinal de Roma Divinire Social, donde apareció la primera versión de las Reflexiones sobre la violencia. Además, se publicaban cartas y artículos de Sorel en muchos periódicos y revistas más pequeños, y se tradujeron casi todas sus obras. Sorel remarcaba que su labor se ignoraba mucho en Francia. Pero en el “país de Vico”, esperaba “encontrar jueces más competentes”. Lo que Sorel escribía sobre el tema del sindicalismo revolucionario era muy comparable en Francia y en Italia. Observaba en el sindicalismo como movimiento revolucionario algo idéntico al cristianismo primitivo. Era motivado, como todo gran movimiento, “por un mito revolucionario”. El mito había nacido de los amores, los temores y los odios del grupo. Sus miembros se veían a sí mismos como un ejército de la verdad luchando contra un ejército del mal. El mito del proletariado era el de la huelga general, una visión apocalíptica del día en que el detestado régimen burgués sería destruido. Sorel veía en el sindicalismo una elite, pues sólo los trabajadores más militantes eran sindicalistas. La técnica del movimiento era la violencia, el rechazo a comprometerse con palabras y con actos. Se daba cuenta de que los anarquistas, en el movimiento sindicalista, habían enseñado a los trabajadores a no sentir vergüenza de la violencia. La lucha de clases tenía el mismo valor moral que la guerra entre naciones. Incluso algunos actos criminales eran justos si eran claras expresiones de la lucha de clases. Y pensaba que la violencia proletaria podía restaurar en la burguesía algún fragmento de su antigua energía. El sindicalismo, como orden revolucionario, estaba impulsado por una moral. Surgiría de la revolución una nueva escala de valores, que daría lugar a la perfección del maquinismo y los adelantos en la producción. La organización de la sociedad sindicalista vendría determinada por las necesidades de la producción; el sindicalismo sería una “sociedad de productores”. La técnica del nuevo orden sería la creación de una “sociedad de héroes”, héroes de la producción.

Hacia 1908, Sorel se convenció de que el sindicalismo francés se había comprometido sin esperanzas con el reformismo, pero el provenir del movimientoitaliano era todavía incierto. Entre la elite intelectual simpatizante con el sindicalismo, sulabor fue muy acogida y discutida. Croce en la crítica y en el prólogo a la edición italiana de las Reflexiones sobre la violencia hizo patente la mayor preocupación de Sorel, la génesis de la moralidad. Aceptó sus tesis, aunque con reservas. Respecto a este libro, Pareto alabó la “preocupación por la realidad de Sorel y su “rechazo de los discursos humanitaristas vacíos”. Sin embargo, el movimiento sindicalista, escribía Sorel, debería un día transformarse y reaparecer con otro nombre. Roberto Michels, “el alemán italianizado”, quien también mantenía correspondencia con Sorel, se sentía especialmente atraído por su concepto de elite proletaria. No obstante, fue en una variedad de periódicos y revistas anarco-sindicalistas, e incluso socialistas, donde Sorel causó mayor impacto, pues ahí se interesaban por sus percepciones toda una pléyade de académicos, periodistas y organizadores. Algunos eran miembros del partido socialista y participaban en las elecciones. De todos modos, denunciaban la cobardía del partido socialista y trabajaban por el progreso de concepciones más o menos sorelistas. L’Avanguardia socialista, un periódico milanés, era dirigido por Arturo Labriola, profesor de economía política y eminente discípulo de Sorel. Fue Labriola quien alentó la huelga general de 1904. L’Avanguardia predicaba “la violencia heroica” y una república de trabajadores dedicada a la producción. “Nuestro pensamiento –proclamabacoincide con el de Sorel”. Aquí los más consagrados de los discípulos italianos de Sorel eran Enrico Leone, Sergio Panunzio y Emanuele Longobardi, todos ellos académicos. También se publicaron aquí los artículos de los periodistas Walter Mocchi, Paolo Orani y del joven Mussolini. Este último, por ejemplo, era un socialista revolucionario que no aceptaba las especificaciones del sindicalismo. Pero proclamaba con insistencia su adhesión a la “revolución catastrófica” y a la “moral de los productores” de Sorel. El Divinere Sociale fue fundado por Leone y el periodista Paolo Mantica, y ahí publicaron sus artículos Croce, Pareto y Michels, al igual que muchos colaboradores de L’Avanguardia. El jurista A. O. Olivetti, los académicos Alfonso de Pietri-Tonelli, Francesco Arca y Agostino Lanzillo, e incluso varios discípulos franceses de Sorel escribían en esta publicación. Sin embargo, Sorel, debido a la preponderancia de sus propios artículos, y por consenso, era el director de orquesta indiscutible. Podrían citarse una docena de periódicos y revistas que mostraban una influencia sorelista marcada y modificada por cada tendencia particular. Esto no sólo revela la gran difusión del sorelismo, sino también la cantidad de dirigentes sindicalistas influidos: Alceste de Ambris, Michele Bianchi, Filippo Corridoni y Edmondo Rossoni. No obstante, la más inesperada revista sorelista fue probablemente la Pagine Libere de Lugano, fundada a finales de 1906 por el exiliado Olivetti. Era rigurosamente proletaria y también nacionalista. El ricorso se enlazaba con la renovación del Risorgimento. La nación estaba destinada a ser el máximo sindicato. Hacia 1910, Panunzio, Orani y Lanzillo eran sus principales colaboradores, y en menor medida, Corridoni, Rossoni y Mussolini. El movimiento sindicalista, bien que creció rápidamente hasta el congreso del partido socialista en Roma en 1906, parecía ir en declive.

En Milán, ese mismo año, los reformistas transformaron el Segretariato en Confederazione Gelerale del Laboro (CGL), más moderado. Un grupo de sindicalistas conducido por De Ambris y Bianchi formó una contraorganización de alrededor de 200.000 miembros en Parma. Pero la huelga de 1908 en Parma fue de tal violencia que los sindicalistas que quedaban en el partido fueron expulsados. En el congreso de Bolonia, en diciembre de 1910, las uniones sindicales, desorganizadas y desacreditadas volvieron a la CGL. En este mismo congreso, se leyó una carta de Sorel ante los delegados en asamblea. Anunciaba su abandono del sindicalismo. No se podía esperar nada de un movimiento de trabajadores vencidos por la democracia.

Enrico Corradini

El nacionalismo integral fue el siguiente en llamar la atención de Sorel. En Francia, su discípulo George Valois se había impregnado de la noción de una posible “renovación burguesa”, y en 1906 había intentado una fusión doctrinal y organizativa entre el sindicalismo y el monarquismo. En Italia, estaba en marcha un esfuerzo paralelo. En 1903, Enrico Corradini, que había sido seducido por Gabriele d’Annunzio, fundó en Florencia Il Regno figura el primer signo de interés por Sorel procedente de la derecha. Sin embargo, hubo un desacuerdo relativo a la huelga general de 1904 que provocó su abandono. En 1906, Corradini se unió a un pequeño grupo de antiguos sindicalistas. Éstos no habían expresado una dependencia explícita en relación a Sorel, aunque en el tono y en la argumentación, se diferenciaban poco de los sindicalistas que lo habían hecho. Mediante las lecturas y discusiones en numerosas ciudades italianas, Corradini y su grupo investigaron más a fondo las posibilidades de una renovación nacional. El sindicalismo y el nacionalismo, observaba Corradini, sentían “un amor común por la conquista”, ambos eran “imperialista”. Además, el imperialismo italiano era de una “nación pobre”. Los trabajadores, en consecuencia, que luchan por Italia, luchan también por ellos mismos. El nacionalismo corradiniano se convirtió hacia 1908 en un sindicalismo nacional “para todos los productores” y en un imperialismo “de una nación proletaria”. Leyendo a Corradini, se siente el espíritu de las reflexiones sobre la violencia, aunque él no hubiera atribuido explícitamente sus ideas a Sorel. No obstante, Sorel escribía a Croce que Corradini “comprende perfectamente el valor de mis ideas”. Prezzolini, mientras tato había fundado en 1908 en Florencia La Voce, con el fin de preparar un nacionalismo a un nivel más espiritual y moral. La Voce, abierta a todas las opiniones, se caracterizaba por una urgencia de renovación e, inicialmente, un interés considerable por Sorel. Su primer número anunciaba el abandono de Sorel del sindicalismo francés y en los meses siguientes los artículos trataban de temas sorelistas varios. En una entrevista, Sorel expresó su deseo de una renovación italiana. En un estudio sobre el sindicalismo, Prezzolini se declaró discípulo de Sorel, aunque pensaba que el sindicalismo todavía se encontraba en sus albores. Acabaría como una institución de integración social y de conservación. Sorel, en este intervalo se sentía más atraído por el nacionalismo francés. En 1909, en una entrevista a un periódico monarquista, declaraba que no se oponía desde el principio a una restauración. Pero el hecho decisivo para él fue la aparición en 1910 de la Juana de Arco de Charles Péguy. En este libro, opinaba, se habían relacionado brillantemente las ideas cristiana y patriótica. Era lo que el nacionalismo exigía: había encontrado otro ricorso. Sorel anunció su descubrimiento simultáneamente en l’Action Française y en La Voce. En Francia, él mismo y gran parte de sus discípulos monarquistas fundaron varias revistas que intentaron, en los años precedentes a la guerra, aunar a los antidemócratas de izquierda y derecha. Sorel pasó a escribir menos para Italia, exceptuando el Resto del Carlino de Bolonia, editado por un nuevo admirador, Mario Missiroli.

Sorel percibía el nacionalismo italiano, aunque sus comentarios habían sido fragmentarios, también el término de ricorso, según Vico. El movimiento era alentado, pensaba por el “mito nacional” del Risorgimento abortado. El interés por Oriani y la demanda de una revolución nacional permanente eran los signos indiscutibles de un despertar. Pero el nacionalismo en Italia contaba con el catolicismo y dudaba que se aceptase el apoyo católico. Sin embargo, se convenció de que la guerra de Libia había hecho renacer un sentimiento de grandeza nacional igual al de los mejores momentos del Risorgimento. La renovación italiana podría ser obra de un resurgimiento burgués. En cualquier caso, “el futuro de Italia –escribía- no se conseguirá por una evolución natural”. Al igual que para el nuevo orden, su moral será nacional y católica. Veía la organización de la sociedad en términos sindicalistas, pero ahora estaba preparado para aceptar un sindicalismo mixto de trabajadores y patrones o un sindicalismo nacional. El régimen propugnaría un “culto a la nación”, la perfección de las instituciones en el interior y una política imperialista en el exterior.

Hacia 1912-1913, Sorel estaba convencido de que los dirigentes de L’Action Française se interesaban más por escribir sobre la revolución que por llevarla a cabo. En Italia, las posibilidades de una revolución nacional parecían de nuevo más claras. El nuevo interés de Sorel por el nacionalismo iba en paralelo al de sus principales admiradores. Croce, en su estudio sobre Vico, veía en Sorel un Vico en las costumbres del siglo XX, pero creía que Alemania, antes que Italia, podría en aquel momento aportar el modelo de un movimiento proletario que defendería las tradiciones nacionales. Pareto, en su estudio sobre los mitos, y Michels, en su obra sobre los partidos políticos, concentraron su atención en el nacionalismo e insistieron en sus exagerados elogios a Sorel. Pero en el mismo movimiento nacionalista cesaron todos los signos de aprobación de las ideas sorelistas, poco después de 1910. en Turín, el monarquista e imperialista Tricolore, un periódico semanal de un pequeño grupo conducido por Mario Viana, se dejó influir por las actividades de Valois en París. Éste invitaba al proletariado a aceptar una organización nacional-sindicalista en pro de la solidaridad italiana. A pesar de que Corradini y Missiroli aportaron a Tricolore su apoyo entusiasta, el periódico fue el último esfuerzo para establecer un nexo explícito entre Sorel y el movimiento nacionalista. Posteriormente, en Florencia, el grupo de Corradini, al que se habían adherido nuevos elementos, creó el partido nacionalista. Reaparecieron los temas de un sindicalismo nacional y del imperialismo de una “nación proletaria”. Pero ya no se hizo mención de Sorel. Además, mediante la investigación de La Voce del significado de la implicación de Sorel con L’Action Française, se presentaron nuevas preocupaciones. Hacia 1914, el nacionalismo corradiniano y el nacionalismo de La Voce, alejados de Libia, se habían acercado, y sólo quedó un mínimo interés por Sorel por parte de cada una. En el congreso de Milán, Alfredo Rocco, el teórico nacionalista de la economía, rechazaba el “sindicalismo” como una palabra extranjera. Tras este giro, los nacionalistas ya no hablaron más que de “corporaciones”.

En cuanto al movimiento sindicalista, si el nacionalismo había virado hacia una forma de sindicalismo, al igual que algunos elementos sindicalistas viraron cada vez más hacia variedades de nacionalismo. La creación en 1910 de La Lupa, en Florencia por Orano, era una tentativa, procedente de la izquierda, idéntica a la emprendida por el Tricolore, procedente de la derecha. El periódico se definía a sí mismo como la versión italiana de la nueva orientación de Sorel y reclamaba la guerra de Libia. Los sindicalistas Labriola, Mantica, Arca y Pietri-Tonelli coincidían en este punto con los nacionalistas Corradini y Missiroli. Declaraban que los dos movimientos tenían los mismos enemigos. El imperialismo italiano era además el de una “nación proletaria”. Pero La Lupa no mostró ninguna disposición respecto a la estructura de un sindicalismo nacional. La Pagine libere de Lugano apoyaba también a Sorel y aprobaba la guerra, pero permaneció “proletaria”. En la guerra de Libia, Olivetti, Panunzio y Lanzillo vieron la posibilidad de una renovación revolucionaria sin precedentes. Por otra parte, sin embargo, en los círculos sindicalistas, donde Sorel en el pasado había sido muy apreciado, los contactos de éste con los monarquistas eran denunciados como una traición y se condenaba la guerra de Libia como una aventura burguesa. El Demolizione de Milán, la Gioventi socialista de Parma, la Bandiera del popolo de Mirándola y La Propaganda de Nápoles eran publicaciones donde estaban muy presentes los dirigentes sindicalistas. Sus opiniones estaban muy influidas por Mussolini. Sin embargo, el rechazo de Sorel no fue permanente en todas las circunstancias. En cualquier caso, la guerra de Libia era un resultado del renacimiento de un movimiento sindicalista independiente. En Módena, en 1912, se fundó la Unione sindicale Italiana (USI), una organización de 150.000 miembros. Pero incluso aquí apareció enseguida el nuevo nacionalismo proletario de los maestros sindicalistas, especialmente en los grupos sindicales de Corridoni en Milán. Corridoni era un ferviente admirador de Sorel, y viceversa. Pero Corridoni adoraba en silencio a los héroes del Risorgimento. Había transformado la idea de la huelga general en la de “una guerra revolucionaria de la libertad”. Durante las revueltas de la semana roja en junio de 1914, sus sindicalistas marcharon por las calles de Milán cantando el himno del Risorgimento, gritando “viva Italia” y ondeando la bandera italiana.

Sorel odió el estallido de la guerra. Era despreciativo con su propio país. Escribió a Croce que deseaba una victoria alemana. No obstante, esperaba que de la guerra podría surgir otro ricorso, “una catástrofe” que sumergiría a Europa en una “nueva Edad Media”. Posteriormente, en 1918, descubrió otro ricorso: la revolución bolchevique. Empezó de nuevo a publicar sus artículos. En Francia, escribió para la revista comunista y, en Italia, publicó más de sesenta artículos, la mayoría en el Resto del Carlino y en el Tempo de Roma. Sorel opinaba que los bolcheviques eran impulsados por mitos revolucionarios que eran a la vez “sociales” y “nacionales”: el odio del pueblo en general hacia un régimen extranjero importado del Oeste. En los soviets de las fábricas veía una elite que desempeñaba el papel que él había atribuido a los sindicatos. La técnica del movimiento era la violencia. En cuanto al orden bolchevique, lo movían las energías morales liberadas por la revolución. La dictadura del proletariado era una “sociedad de productores”, pero Sorel vio en Lenin por primera vez los méritos de un dirigente carismático. La técnica del orden era doble: una política interior enraizada en un marxismo pragmático y una política extranjera enfocada a la conquista de un mundo dominado por un oeste agotado y decadente.

El sorelismo continuó en los círculos comunistas. La U.S.I., que se había opuesto a la intervención, se adhirió en breve a la III Internacional llevando aún la marca de la influencia de Sorel. Pero apareció para Sorel un nuevo punto de interés en un grupo de jóvenes intelectuales comunistas de Turín, que fundaron L’Ordine Nuovo en 1919. el periódico lo dirigía Antonio Gramsci, con Palmiro Togliatti y Angelo Tasca entre los principales colaboradores. Todos admitían, en diferente medida, la influencia de Sorel. De todos modos, el más interesado por Sorel era Gramsci. No apoyaba “todo” en Sorel pero apoyaba la idea de la “espontaneidad del movimiento proletario, los consejos de trabajadores como aprendices de la nueva sociedad, el papel de la violencia creadora, y la visión de una sociedad de productores”. Después de 1912, el periódico se convirtió en el órgano oficial del partido comunista y recuperaba periódicamente artículos de Sorel.

El fascismo también fue muy bien acogido por Sorel. Seguía a Mussolini desde 1912, cuando los socialistas revolucionarios habían tomado el control del partido y cuando Mussolini se convirtió en el editor de Avanti!. Había predicho que “Mussolini no era un socialista normal”, que era un condottiere que un día miraría hacia la derecha. Pero en 1915, Sorel no apoyó ni la formación del Fasci ni la intervención de Italia en la guerra. Es más, rechazaba la vulgaridad de D’Annunzio y de Filippo Marinetti. En su correspondencia durante la guerra, prestaba atención a los socialistas y los sindicalistas pacifistas. Sin embargo, tras la guerra, le decepcionó su incapacidad para llevar a cabo una acción revolucionaria decisiva. Además, la toma de Fiume le convenció de que D’Annunzio debía ser tenido en cuenta en adelante. El Fasci reactivado de 1919 renovó su interés por las actividades de Mussolini. Durante algún tiempo le afectó la ferocidad del escuadrismo y la destrucción de las organizaciones de trabajadores. Pero las cartes que escribió a Croce y a Missiroli hacia 1921 muestran con evidencia su atracción por el fascismo. En marzo de 1922 declaró: “los hechos más importantes después de la guerra son: la acción de Lenin, que creo sólida, y la de Mussolini que seguro triunfará”. Sorel no vivió lo suficiente para oír hablar de la marcha sobre Roma. Lo que Sorel escribía sobre el tema del fascismo es fragmentario, pero lo describió claramente como un ricorso. Veía el movimiento impulsado por los mitos “sociales” y “nacionales” ya había pensado en esta unión, aunque no lo había comprendido del todo. “Este descubrimiento nacional y social”, decía “es puramente mussoliniano”. El fascismo era el resultado de la incapacidad del Estado de proteger la burguesía y de la incapacidad de los gobernantes italianos de expresar las demandas justas de la nación en la conferencia de paz.

Sorel vio en los fascistas una elite y calificó a Mussolini como “genio político”. En tanto, los camisas negras fueron amos de la calle, sus oponentes no podrían esperar ningún éxito. Como orden revolucionario, veía el fascismo dominado por una moral compuesta por “lo social” y “lo nacional”. Se restauraría el Estado con toda su grandeza bajo Mussolini, y se asentaría sobre una base colectiva social y económica. Percibía en el fascismo un régimen consagrado a la reconstrucción interna y a la expansión imperial.

Filippo Corridoni durante un míting

Las huellas del sorelismo perduraron en el movimiento fascista que nacía. Croce, a pesar de que reafirmó su interés por Sorel, tendió hacia un liberalismo prudente y aceptó el fascismo como inevitable y benéfico a la vez. Pareto, en su célebre Tratado de Sociología y Michels, algo menos, en su obra sobre el nacionalismo y el imperialismo, continuaron aportando el prestigio de sus nombres a Sorel; ambos aceptaban el fascismo. Respecto al movimiento fascista, Mussolini se convirtió en intervencionista, quizás bajo la influencia de su íntimo amigo Corridoni. En cualquier caso, los elementos sorelistas eran muy importantes en el Popolo d’Italia y en los Fascios de 1915: Lanzillo, Panunzio, Longobardi, Olivetti, Orano y Prezzolini. Por otra parte, los organizadores sindicalistas Corridoni, Rossoni, Ambris y Bianchi rompieron con la U.S.I., para fundar un grupo sindicalista intervencionista. En cuanto a los Fascios reactivados de 1919, eran la mayoría supervivientes de los Fascios de antes de la guerra. No obstante, el Popolo d’Italia pedía ahora una república y un sindicalismo nacional basado en la cooperación entre las clases. Sin embargo, el fascismo necesitaba en este momento el apoyo de los trabajadores, y lo encontró en los sucesores de los grupos intervencionistas de Corridoni. Éstos se habían reconstituido, en 1918, con la protección de Rossoni en l’Unione Italiana del Lavoro, una unión anticomunista y antisocialista que contaba con 150.000 miembros. En Italia nostra, ligada a la U.I.L., y particularmente, en la recuperada Pagina Libere, dirigida por Olivetti, que era un dirigente de la U.I.L., el sorelismo afloraba siempre en conexión con un “idealismo neomaziniano”. Cuando Rossoni abandonó la U.I.L. para abrazar al fascismo, se llevó consigo lo que iba a ser el núcleo de los sindicatos obreros fascistas. Creados en Bolonia en enero de 1922, estos sindicatos fueron dirigidos por Rossoni y contaban con unos 500.000 afiliados. Sin embargo, el fascismo necesitaba el apoyo del pequeño pero influyente partido nacionalista. Recibió este apoyo cuando en septiembre Mussolini anunció que no se pondría en cuestión la monarquía. No obstante, desde hacía tiempo en el Partido nacionalista ya no había ningún signo de interés por Sorel. En los meses precedentes a la marcha sobre Roma, Mussolini fundó y dirigió la revista doctrinal Gerarchia, en la que Pareto, Lanzillo, Orano y otros relacionaban claramente a Sorel con los orígenes del fascismo. Su “pesimismo voluntarista”, su doctrina de la violencia creadora, su concepto de la moral de los productores... todo esto decían, había pasado al movimiento fascista. Cuando murió Sorel, la Gerarchia anunció en una nota necrológica que no sería Lenin sino Mussolini quien concretaría la misión del maestro del sindicalismo. Las legiones fascistas arriarían sus banderas en honor al solitario pensador francés que había partido hacia una pacífica eternidad.

El sorelismo debía continuar después de 1922; aunque la década después de la guerra no pueda tratarse más que brevemente, el destino de la posteridad de Sorel estaba claro. En los años veinte, las biografías “oficiales” de Mussolini y sus entrevistas en la prensa repetían la consecución de la primacía de Sorel en los orígenes del fascismo. Pero, de hecho, la fuerza de las ideas de Sorel iba a diminuir rápidamente. Hacia 1925, Croce encontraba el fascismo sin ley y sin moral. Pareto había muerto en 1923 y Michels dejó de interesarse demasiado por Sorel. Los intelectuales sindicalistas Lanzillo, Olivetti, Panunzio y Orano recibieron un alto rango académico o importantes puestos en el partido, y lo mismo ocurrió con los antiguos dirigentes Rossoni y Bianchi. Los academicistas no cesaban de comentar los orígenes sorelistas del fascismo, pero sus escritos, en su mayoría, ya no se consagraron más que a la elaboración legislativa y económica del corporatismo. Muchos pasaron a ser colaboradores del Stirpe de Rossoni y de la Conquista dello Stato de Curcio Malaparte, quien entre 1924 y 1928 reavivó el interés por Sorel en los círculos fascistas. Sin embargo, ahora se combatía a los sorelistas. En los cenáculos nacionalistas y fascistas había una verdadera hostilidad contra Sorel; se le identificaba como el partisano del sindicalismo proletario y el defensor de Lenin. Probablemente esta hostilidad era un signo de balanceo continuo por el régimen hacia un conservadurismo económico. “El caso Rossoni” en 1928-1929 puso fin a la posición de Rossoni como líder de los sindicatos fascistas y a su retribución del gran consejo fascista. Se habían quebrado todos los signos de supervivencia de una autonomía sindicalista. De todos modos, aún perduraban tendencias sorelistas en los círculos antifascistas. En los círculos comunistas, l’Ordine nuovo de Gramsci, hasta su prohibición a mediados de los años veinte, continuó reivindicando a Sorel para el proletariado. Además, entre los liberales, apareció una nueva tendencia con la Rivoluzione liberale de Turín, dirigida por Govetti. Este, junto a Labriola, Missiroli y Max Ascoli, intentó revitalizar el liberalismo, socializándolo. Govetti, escribió que había “amalgamado el espíritu sorelista”, es decir, “su vertiente sana”. Hasta su suspensión en 1925, la revista se sumergió en vivas polémicas con Gramsci y Malaparte, con frecuencia sobre Sorel. 

Tras los años veinte, el sorelismo, ya fuera fascista o antifascista, parecía acabado. De todas maneras, Mussolini, en su célebre artículo de L’Enciclopedia en 1932, afirmó la primacía de Sorel y del Movimiento socialista de Lagardelle en la formación del fascismo. Entonces, Croce lamentó que los libros de Sorel hubieran sido “los breviarios del fascismo” y hubieran influido posiblemente en el nazismo. Por otro lado, los discípulos de Sorel hicieron muchos estudios profundos sobre el corporatismo. En breve, la revista obrera Problemi del Lavoro discutió sobre el resurgimiento de los fundamentos sorelistas en el neo-sindicalismo francés. A partir de entonces, sin embargo, cuando se nombraba a Sorel en las elites fascistas, se insistía en que el fascismo había nacido en 1919 y que había sido obra de los italianos. Respecto al interés de los antifascistas por Sorel, Gramsci, encarcelado entre 1929 y 1935, escribía notas a menudo sobre Sorel. Hacia el principio de la II Guerra Mundial, apareció un nuevo tipo de literatura sobre Sorel, que tuvo una difusión considerable: antologías, recuerdos y libros de erudición. El sorelismo había muerto.

En cualquier conclusión referente a Sorel y el sorelismo, hay que evitar la tentación de minimizar su carácter políticamente oportunista e irresponsable; lo que es esencial en condiciones apocalípticas no es político sino religioso.

Constantemente, Sorel buscaba un ricorso. Para él, el prototipo del ricorso era el cristianismo primitivo. Un ricorso era un movimiento alentado por un influjo carismático. En consecuencia, en esta búsqueda Sorel se dirigió a los extremos políticos que parecían más receptivos para una renovación drástica y total. Hasta la guerra, esperaba una renovación tanto italiana como francesa. Pero después de 1914, sus esperanzas se centraron casi exclusivamente en Italia. Lo que le atrajo de la revolución bolchevique no era Rusia (por la que nunca había mostrado interés), sino el bolchevismo. Y la incapacidad del proletariado de Italia le condujo al fascismo. Pero él nunca fue más que un simple “observador”. Profundamente, veía en un movimiento lo que en realidad no estaba en él. Por tanto, su carrera fue casi necesariamente una sucesión de esperanzas y decepciones. Lo que facilitaba su evolución hacia los extremos era esencialmente su pragmatismo. Seguramente, prefería antes un ricorso de izquierdas. Pero no sólo encontró en los extremos una similitud importante, sino también alternativas personales aceptables. Los extremos fueron para él aspectos particulares de un único modo de pensar, de una única atmósfera de sublevación. Aunque la ide apocalíptica haya sido siempre evidente en su trabajo, esta tendió, de todos modos, a deteriorarse. A pesar de que esta idea no fue nunca divulgada tras la guerra, había perdido mucho de su utilidad inicial. El ricorso se convirtió más en un problema de ingeniería social que en una tentativa para un pesimismo cristiano.

El sorelismo constituía una influencia importante en Italia. El rechazo de Sorel respecto al pensamiento materialista y mecánico lo introdujo en una corriente irracionalista y activista que ya estaba en marcha. Su preocupación por la decadencia y el heroísmo tuvo una buena acogida en la idea muy extendida de que el Risorgimento no había conseguido aportar una renovación espiritual y moral. Además, su impacto era un aspecto continuo de la dependencia intelectual de Italia respecto al pensamiento francés. El sorelismo era en buena medida un fenómeno franco-italiano. Pero es difícil delimitar el sorelismo. Su estudio era ilimitado, desde la Crítica de Croce a los oscuros periódicos de trabajadores en provincias. En el centro figuraban los profesores sindicalistas y algunos nacionalistas. En los márgenes, actuando con más o menos independencia, se encontraban varios miembros de una elite intelectual y una cantidad de dirigentes y periodistas. Sin duda, fue la diversidad de elementos lo que hizo posible la diseminación de las ideas sorelistas virtualmente en todos los estratos intelectuales. Sin embargo, los límites del sorelismo se complicaron debido a su indeterminación política. Las tendencias sorelistas tenían que encontrarse no sólo en formas variadas de revolucionarismo proletario, sino también, aunque más débilmente, en el nacionalismo revolucionario. El sorelismo podía estar a favor o en contra de Libia, a favor o en contra de la intervención; se hallaba en el comunismo y en el fascismo, e incluso en el liberalismo radical. No obstante, los sorelistas poseían denominadores comunes muy marcados. Tenían puntos de vista similares, principalmente apocalípticos. El sorelismo veía los extremos como las únicas alternativas. Por encima de todo deseaba una “sociedad de héroes”.

Benito Mussolini

El fascismo debe mucho al sorelismo. Mussolini se había encontrado en los márgenes del movimiento antes de la primera guerra, quizás porque no tenía más que un pobre bagaje ideológico. Quizás también, porque no tenía ningún escrúpulo, Mussolini puede haber tenido, como podría no haber tenido, necesidad de Sorel. El fermento sorelista era a la vez un síntoma, e inconscientemente, un agente eficiente en la preparación del fascismo antes de la guerra: por la idea de la “violencia creadora”, en su revolucionarismo proletario inclinado hacia el nacionalismo, en su revolucionarismo nacionalista inclinado hacia una “solución” del problema social y por alegrarse del golpe de Estado de los Fascios en 1915. En los años de post-guerra, el caos creó múltiples oportunidades revolucionarias, más en la derecha que en la izquierda. Lo que del fascismo quería concebir eran eslóganes apropiados, organización y modos de actuación. Fue el escuadrismo quien forzó la nacionalización o la neutralización decisiva de lo que quedaba de revolucionarismo proletario. Bajo esta perspectiva, el fascismo que llegó al poder en 1922 puede considerarse en buen grado como una transformación organizada y popularizada del movimiento sorelista de antes de la guerra. Si Mussolini pudo vanagloriarse de que el fascismo no tenía ninguna ideología, fue porque para él, el mito de Sorel podía ser una mentira, porque el papel de la elite podía sumirlo en una banda “dura de pelar”, y porque la violencia podía degenerar en el gangsterismo. Hay que admitir, sin embargo, que la calidad doctrinal del sorelismo, especialmente en la forma que pretendía trascender a las categorías convencionales de derecha y de izquierda, que consistía en transformar el sorelismo a no-ideológico, incluso el anti-ideológico, no significaba un ejercicio de fuerza. Bajo esta forma, el sorelismo hubiera podido sobrevivir muy bien como la única filigrana ideológica del fascismo. Además, es cierto que algunos grupos llegaron al fascismo por otras vías. Tampoco es menos cierto que todos los sorelistas acabasen en el fascismo. De todos modos, para los partidarios de Sorel, que se unieron a Mussolini en los años fatídicos, el sorelismo representaba las “raíces” de “su” fascismo.

El trabajo de Sorel en Italia fue de alguna manera un ricorso. Había nacido de la violencia para conseguir algo sublime. Era, como describió Croce, “la construcción de un poeta ávido de .. austeridad, ..sinceridad, ...que buscaba obstinadamente una fuente oculta de la que hubiera manado una corriente fresca y pura, y, a la vista de la realidad su poesía se esfumó ante sus propios ojos”.